: Nuestros errores dañan a las personas que amamos

Nombre*:José Luis Olivares Callejas
Género*:Drama
Título*:Nuestros errores dañan a las personas que amamos
Cuento:Era un día muy caluroso de verano, por mi limitación auditiva, estaba como siempre preocupado de escuchar el mínimo sonido, cosa que no sucedía y me angustiaba demasiado, incluso llegué a impacientarme por la demora en servirme el desayuno, gritaba porque el café estaba frío o porque no había pan caliente. Cuando mi esposa encendió el televisor para buscar su canal favorito, provocó que todo lo que hasta ese momento había consistido en atenderme exclusivamente, fuera mucho más lento, logrando que me encolerizara y que al levantarme de mi asiento, tropezara con la mesa y casi arrojo varias cosas al piso, encaminándome molesto a mi trabajo.
A mi regreso, le pedí que me llevara a realizar unas compras a la ciudad, durante el recorrido no habló, sentada tras el volante llevaba una mirada perdida, al llegar al lugar donde debía bajarme, me dijo muy suavemente que sí deseaba que me acompañara, y sólo advertí en un tono irónico "es tu deber no más".
Por la tarde, en el hogar, después de haber tenido un agotador día de trabajo, la encontré mirando una novela, llevaba puesto unos pantalones que se veían muy deslucidos. Delante de una sobrina le reproché que si no tenía una ropa mejor que ponerse…-indicándole que estaba muy descuidada en su presentación.
Recuerdo que te pusiste de pie y caminaste al dormitorio a cambiarte. Al observarte, en forma burlona exclamé que estabas excedida en el peso. La critica malintencionada, se había hecho una costumbre, al llegar la noche y al sentarme a comer, advertí que la comida no estaba lo suficientemente caliente, sin decir nada y molesto me fui a refugiar al computador.

Transcurrían los minutos y mi rabia comenzaba a apagarse, estaba caminando en el límite de la violencia intrafamiliar, provocando daños sicológicos a quien no debía, y al contrario, a quien solo debía colmarla de amor, por su santa paciencia. Reflexioné que estaba cometiendo una gran injusticia al responsabilizar a mi señora por los trastornos auditivos que estaba padeciendo, es cierto que es muy molesto escuchar constantemente un zumbido en el oído, produciéndome una gran desesperación que causada por no poder entender lo que me dicen, convirtiéndome en una persona solitaria dentro de esta bulliciosa sociedad, pero ella no era la culpable bajo ningún punto de vista, y que quiera ver sus programas favoritos o indicarle lo que le corresponde hacer, no era parte de la relación conyugal.
Sentí un impulso de correr y darle un abrazo, pero me fue imposible. ¿Cómo yo que me habían criado en un ambiente muy machista iba a mostrar debilidad ante una mujer? En un momento levanté mi vista y observé que dirigía sus pasos hacia mí, deteniéndose en el umbral del cuarto, por lo que la miré fijamente muy serio para preguntarle, como esperando una frase para romper el hielo que había forjado con mi errónea actitud:
- ¿Tienes algo que decirme?
- No, - me contestó tiernamente-, solo te traigo tus medicamentos y el vaso de agua mineral para que te los tomes.
- Le di las gracias, y con un nudo en la garganta percibí la ternura con que lo hacía. Sus delicadas manos rodearon las mías y me dio unos suaves palmoteos en la mejilla.
- Eso me hizo sentirme un cobarde, estaba recibiendo amor por toda la agresión que había destilando. Durante el silencio posterior, me envolvió su cariñoso actuar, muy propio de ella.
- ¡Que duermas bien! - me dijo- y partió a preparar sus guías de entrega para el próximo día, dejándome "en bajada" y sintiéndome la especie más aborrecible del planeta.
- ¿Cómo me estaba comportando? ¿Por qué tenía que culparla de mi dolor, me era más fácil desahogar mi frustración en ella por ser mi compañera…a exigirle que me entendiera como si ella fuera la responsable de mi discapacidad?
- Aquella mujer tenía la virtud de la cual yo carecía, "la tolerancia", además de tener un gran corazón. ¿Y por qué tenía que estar siempre enojado?. ¿Por qué no podía dominarme? No toda la vida había padecido este problema. ¿Cuándo fue que empecé a envenenar mi alma?
Luego de leer algunos mensajes y chatear con un amigo, me fui al dormitorio, apagué el televisor con sigilo. Dormía profundamente, su rostro marcaba el paso de los años, -al igual que el mío, estábamos envejeciendo, y estaba haciendo difícil el ingreso a la edad de oro junto a mi inseparable compañera. Sus ojos, escondidos tras unos lentes que se había olvidado de sacárselos, eran parte del atuendo de una tierna madre cansada, me incliné y le di un beso en la mejilla, y respiré el aroma tierno, puro y sencillo que la envolvía.

Cerré mis ojos, pero igual cayeron algunas lágrimas sobre su rostro, sin despertarla. Me arrodillé al costado de su cama y le pedí perdón en silencio y al otro día buscaría la forma de decírselo en voz alta. Es muy difícil ser equilibrado emocionalmente cuando uno siente la impotencia de no poder comunicarse, situación que lo hace a uno no comprender el amor de nuestra compañera, nuestro principal apoyo.
En el más profundo silencio, reconocía mi responsabilidad por contaminar el ambiente de mi dulce hogar. La cubrí con el hermoso cubre camas que adornaba nuestro lecho y salí a caminar.
¡Ojalá! – me decía a mi mismo-, Dios me escuche y me de muchos años más de vida para remediar todo el daño que le he había estado causando erróneamente, y en algún momento pueda sentirse inmensamente feliz, porque mi tarea desde aquel día, consistiría en demostrarle que la quiero más que a mi propia vida.
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