: Ahorcado

Nombre*:Gabriel Zas
Género*:Policiaco
Título*:Ahorcado
Cuento:
Con sumo orgullo y desde la más sincera modestia, quiero compartir con todos los lectores fieles que siguen a este medio el caso que significó mi ascenso a inspector de la Policía Provincial. No soy muy bueno explayándome por escrito, pero pondré mi mayor esfuerzo y dedicación en hacerlo de la manera que mejor me salga. De hecho, mi compañeros de la Brigada de Homicidios se matan de risa de cómo redacto los informes de los casos. Dicen que un chico tiene mejor redacción que yo. Pavadas que sólo pueden salir de boca de los envidiosos. Yo ascendí, mérito que muchos de los que me criticaron no alcanzaron y con ésta actitud, no creo que alcancen nunca. Y en pos de que me estoy extendiendo sin necesidad alguna sobre pormenores intrascendentes, voy a ir directamente al suceso que nos compete y el que estimuló la presente narración.
Todo comenzó hace como tres meses atrás con un llamado al 911de una mujer que no se identificó. Denunció que encontró el cuerpo sin vida de un hombre que estaba colgado con una soga atada alrededor del cuello sosteniéndose desde la viga del techo de un garaje. La altura que el cuerpo mantenía en relación al piso era extremadamente extraña, y para serles sincero, totalmente imposible. Ni bien lo vi, una fría sensación recorrió mi espalda de principio a fin. Me quedé totalmente helado. Supimos con las averiguaciones pertinentes que iniciamos que la víctima se trataba de Sebastián Roganti, un reconocido empresario del mundo tabacalero. Y supimos también casi al instante que la mujer anónima que dio aviso a la Policía era su hermana, Victoria Roganti, quien confesó que como su hermano no respondía, tomó la llave de la casa (ella tenía una copia en su llavero), abrió y cuando entró y vio que Sebastián no estaba por ningún lado, fue al garaje y entonces descubrió el espanto. Era una rutina habitual: cuando Victoria iba a casa de su hermano y éste no atendía, tenía la libertad de entrar sin problemas, porque por regla general, implicaba que su hermano estaba trabajando. Pero ésa última vez fue diferente a todas las anteriores.
La escena era espectacularmente extraña y curiosa. El señor Sebastián Roganti estaba, como dije antes, colgando de la viga del techo del garaje. A unos metros del cuerpo había un banquito acostado con el asiento mirando en dirección opuesta al cadáver. Y era sumamente raro, más teniendo en cuenta que la altura que tenía el banco era incompatible con la distancia a la que se encontraba el cuerpo respecto del piso. Si se tratase de un suicidio y se mató subiéndose a un banco, el mismo tendría que haber estado más cerca del cuerpo y el asiento apuntando en otro sentido, porque resulta muy difícil pegar un salto al vacío desde un mueble de altura ínfima y quedar perfectamente inerte suspendido en el aire, además que implicaría de parte de la víctima misma una fuerza inusitada con sus pies, lo que resueltamente es improbable en casos de ésta naturaleza. El suicida se sube a una suerte de tarima, salta y ya está. No se complica con mecanismos imprecisos. ¿Qué implicaba, entonces, la posición del cuerpo y el contexto en el que fue hallado? Que lo asesinaron. Que el asesino lo obligó a subirse al banquito, después que hubo preparado la soga y el resto de las cosas, y simplemente le pegó una patada al mueble. Pero la posición en la que el banquito fue encontrado y la distancia que mantenía con el cuerpo, invalidaban de oficio dicha teoría. A su vez, reitero que la altura del cuerpo respecto al suelo era otro detalle interesante y que contribuyó asimismo a descartar la misma teoría.
¿Qué pudo haber pasado, entonces? Estaba claro que Sebastián Roganti había sido asesinado, pero lo que era intrincado era el mecanismo preciso por el que fue estrangulado. Lo pudieron haber subido a una mesa y después del crimen, el o los asesinos pudieron habérsela llevado sin arrastrarla, claro está, para no dejar ninguna clase de evidencia. Pero al examinar la escena minuciosamente una y otra vez, no encontramos en el piso marcas de ningún tipo que supusieran la presencia de una mesa o de un mueble de similares características. En general, el lugar estaba limpio. Lo único que había era todo el piso excesivamente mojado por una gotera que estaba en el techo a unos escasos centímetros del cuerpo y además hacía un calor sofocante.
El cuerpo pendía como a cinco metros y medio de altura del piso, lo que resultaba absolutamente ilógico; el banquito había sido acomodado intencionalmente por el asesino para dar la apariencia de suicidio, y encima no se registraron marcas de muebles ni de rastros de ninguna clase que indicasen movimientos de algo pesado. Y si había algo de casualidad que nos pudiera servir de muestra, el agua abundante que caía de ésa "bendita" gotera lo arruinó por completo. Para los que no lo saben, el agua es el enemigo número uno de las evidencias, principalmente del ADN. Estábamos, hablando mal y pronto, en pelotas. Y no poder dilucidar con precisión cómo el señor Roganti fue colgado y ahorcado, me ponía de muy mal humor y me rompía soberanamente las guindas. Así que lo que había que hacer era empezar a interrogar a los allegados de la víctima y descubrir quién tuvo motivo y oportunidad para cometer el asesinato. La primera de la lista era Victoria Roganti, la hermana del fallecido Sebastián Roganti. Después de todo, fue ella quien encontró el cuerpo en circunstancias que quise conocer más en detalle.
De algo de lo que estaba absolutamente seguro era que quien haya matado al señor Roganti era alguien del círculo íntimo, y lo que me dio la certeza al respecto era el espacio dentro del garaje. El asesino tenía que conocer muy bien dónde estaba exactamente situada la gotera. Así entonces el agua estropearía cualquier especie de indicio ahí presente. Y fue justamente lo que ocurrió. Por ende, la elección del lugar no fue casual.
Victoria Roganti era una mujer extremadamente fría como el hielo y perturbadoramente insensible, como un ser sin sangre. La muerte de Sebastián no la conmovió en lo más mínimo. En su declaración, dijo que nunca se llevó bien con su hermano y que el odio de ambos era mutuo. Esto era porque cuando Sebastián había nacido, seis años después que ella, Victoria fue dejada a un lado por sus padres. A él le dieron todo y a ella nada. Todo lo que tenía se lo quitaron y se lo dieron a él, el hijo predilecto de los padres. Por tal motivo, ella les guardaba rencor a los dos por igual. Ésta situación conllevó a un distanciamiento inevitable y a un conflicto familiar ineludible. El padre, Héctor Gustavo Roganti, falleció a los 73 años a causa de un infarto producto del estrés que sufría a diario. Y en vez de dejarle la tabacalera en partes iguales a sus dos hijos, le dejó todo a Sebastián y dejó asentado en el testamento que Victoria jamás podía ser accionaria ni dueña de la empresa ni estar vinculada a ella de ninguna forma, lo que acrecentó de modo desmesurado el conflicto familiar yacente. Cada cual rehízo su vida lejos del otro. Victoria se casó con un médico y Sebastián se metió de lleno en la administración de la empresa del padre, razón por la que nunca contrajo matrimonio aunque sus empleados y amigos lo consideraban una suerte de Latin Lover: siempre muy bien acompañado todas las semanas por una señorita distinta. ¿Pudo esto quizás haberlo matado?, me pregunté. ¿Pudo ser una cuestión de negocios, quizás? La teoría del círculo familiar empezaba a perder un poco de peso, viendo el asunto desde otra perspectiva. Pero no podía ignorar el hecho de que Victoria Roganti tenía una potencial motivación para el crimen.
Lo siguiente que declaró fue que la madre de ambos, Beatriz Peralta, tenía Alzheimer en una etapa avanzada. Y que empezó a verse de nuevo con Sebastián para que simplemente su madre no sufriera de más innecesariamente. Me sorprendió notablemente la muestra de humanidad de Victoria Roganti, aunque por supuesto que desconfié de su historia. Le pregunté dónde estaba internada su madre, o en su defecto, en qué clínica o sanatorio se trataba. Fui hasta donde me indicó y confirmé su versión de la historia. De todas formas, esto no la exoneraba completamente de las sospechas.
Mi segundo paso estratégico fue investigar a todas las mujeres que estuvieron con Sebastián Roganti durante los últimos dos meses previos al crimen. Eran alrededor de diez de todos los tipos y gustos. Admito que la víctima tenía un muy buen deleite por el sexo opuesto. Las investigué una por una y no encontré nada raro. Todas limpias, sin motivo aparente para el homicidio y con coartadas sólidas.
Por el lado de los negocios, la cosa cambió bastante. Tenía deudas con algunos proveedores y varios empleados de la tabacalera, que estaban en conflictivo con Roganti por sus malos tratos, su exigencia inconcebible para trabajar y porque a muchos les bajó el salario por falta de ingresos y porque, según las declaraciones de los propios empleados, algunos trabajaban tan mal que no merecían cobrar lo que ganaban. Agregaron también que Sebastián Roganti era peor persona y más tirano que su padre. De tal palo, tal astilla. Por este lado, también me encontré con gente con móviles fuertes para desear la muerte de Roganti. Así que, los investigué minuciosamente uno por uno y fui descartando nombres hasta que dos resaltaron: Pedro Sorna y Gabriela Soriano. Ésta última era la secretaria personal de Sebastián Roganti. Mantuvo una intensa relación sexual con ella, hasta que de un día para el otro decidió dejarla y terminar con todo. Podía considerarse que ésa fue la relación informal más duradera que la víctima estableció en los últimos años. Ella se enojó y se sintió usada y pisoteada por el señor Roganti, porque nunca le dio una explicación concreta del porqué de su decisión, y Gabriela Soriano era una mujer de temperamento difícil. Después que Sebastián la dejara, ella empezó a acosarlo incansablemente tanto en el trabajo como por fuera de él, a tal punto que Sebastián Roganti interpuso en la Comisaria más de una denuncia formal en su contra. Además, un vecino declaró que vio rondar a una mujer en los alrededores de la vivienda de la víctima, inclusive el día del crimen. Y que, por la foto, estaba convencido de que sin dudas se trataba de Gabriela Soriano. Procedí a su detención. La sometí a una rueda de identificación y el vecino, de identidad reservada, realizó un reconocimiento positivo sobre su persona. La teníamos situada en la escena del crimen y teníamos el motivo, algo sin sentido, por cierto. Cuando la confronté en la sala de interrogatorios, ella admitió todo menos haberse acercado el día del asesinato, lo que no me pareció nada creíble. Y cuando iba a decirme más, cayó su abogado defensor y no dijo más nada por consejo suyo. Alegó que la confirmación visual de un testigo no era confiable, y como carecíamos de evidencia física que la conectase con el homicidio, el juez de turno ordenó liberarla. Y eso, francamente, me cayó como un baldazo de agua fría. Peor fue que posteriormente corroboré fehacientemente que la señorita Soriano disponía de una coartada irrebatible para el momento en que se produjo el asesinato.
De nuevo me encontraba como al principio. No tenía ni pistas ni sospechosos firmes. Pero lo que no dejó de dar vueltas en mi cabeza ni por un segundo fue el testimonio del vecino de Sebastián Roganti. Dijo que vio una mujer rondar el mismo día del asesinato y aseguró que ésa mujer era Gabriela Soriano. Pero me acuerdo perfectamente, y tengo constancia escrita de ése testimonio, que Victoria Roganti fue a la casa de su hermano y que descubrió el cuerpo. ¿Pudo haberse equivocado el testigo? Era absolutamente factible. Le mostré las fotos de ambas mujeres y si bien constató que Victoria Roganti visitaba con frecuencia a Sebastián, no dudó de que la mujer que vio momentos previos al crimen fuera Gabriela Soriano. Pero, sabía muy bien por regla general, que los testigos involuntariamente distorsionan los hechos y los ajustan a la lógica de lo que suponen que sucedió, y no a la realidad de lo verdaderamente acontecido. Y esto es algo muy normal que se da por múltiples causas de índole diversificada. El abogado defensor de Soriano podía tener razón, después de todo, sobre la confidencialidad de los testigos.
Frente a esto, mi única alternativa en ése momento fue volver a revisar las fotos de la escena y cotejarlas con el informe forense de autopsia que acababa de llegar. Por ahí descubría algo que en la inspección preliminar omití sin intención. Y así fue, y era el tema de la gotera. La autopsia confirmó que el deceso de Sebastián Roganti se produjo entre las 14.30 y las 15 horas, y nosotros arribamos a la escena alrededor de media hora después, aproximadamente, es decir, cercas de las 15:30. Para ése período de tiempo, el piso del garaje de la escena estaba altamente inundado pero la cantidad de agua que la gotera liberaba cada fracción de segundo no podían haber inundado el suelo en tan escaso lapso de tiempo, jamás. Eso era una incongruencia muy importante. Y después estaba el hecho del calor sofocante que hacía en el garaje, y era porque la calefacción estaba puesta a una temperatura inusual. Se me ocurrió entonces que ahí podría haber alguna huella registrada o alguna muestra de ADN, y por autorización del juez de turno, los peritos realizaron una extracción de muestras del artefacto en cuestión. Y si bien los resultados de las muestras eran de cierta forma previsibles, no dejaron de asombrarme. Pese a que estaba más que seguro con lo que le pasó a Sebastián Roganti y de cómo finalmente lo mataron, profundicé un poco más ciertos datos que recabé al comienzo de la investigación para que no quedase ningún margen de error al respecto.
Voy a reconstruir selectivamente parte de la conversación que mantuve con la persona implicada en la sala de interrogatorios.
_ Usted, al igual que el resto, conocía al dedillo la obsesión que Gabriela Soriano tenía con Sebastián Roganti. ¿O me lo va a negar?_ empecé a hablar y a poner en orden cronológico determinados eventos.
_ Lo sabía perfectamente_ me contestó sin inmutarse la otra persona.
_ Sabía, entonces, que ella lo perseguía por fuera del trabajo y que muchas veces llegó hasta aparecer en su casa. Y tengo testigos fiables que lo confirman.
_ Ratifico que estaba al tanto de dicha situación.
_ Fue el chivo expiatorio perfecto para cubrir las huellas de su crimen... O casi, porque mis técnicos las recuperaron del calefactor que está instalado en el techo del garaje. Eso la coloca en la escena en el momento del asesinato.
_ Un vecino la vio a Gabriela merodear la casa. ¿O mintió, oficial?
_ Creyó que la vio, pero en realidad a quien vio era a su marido disfrazado de mujer, señora Roganti. Se vistió con ropas que aparentaran la figura de Gabriela Soriano, se puso una peluca similar al pelo de ella, se maquilló un poco en exceso para cubrir su masculinidad y asunto resuelto. Y como el vecino que adujo con certeza que la vio a Gabriela Soriano vive justo enfrente de la casa de su hermano y los vidrios de la ventana que dan a la calle son cromados, no notó el engañó y creyó ver lo que ustedes pretendieron que viera: a Gabriela Soriano acechando a Sebastián Roganti. El ardid les funcionó a la perfección con el chusma de barrio. Su esposo salió de la misma forma en la que entró, usted llegó casualmente minutos después de que él abandonara la morada y su vecino lo confirmaría en su testimonio. Un plan muy hábil, ¿eh? Se moldeó exactamente a sus intereses. Engañaron al boludo del vecino.
_ ¿Y cómo hizo mi esposo para matar a Sebastián? Porque, según sus apreciaciones y la de la mayoría, la escena tenía detalles imposibles._ dijo esto con arrogancia manifiesta.
_ Detalles consecuencia de una pésima planificación y de una deplorable logística de parte suya. Pero por poco nos engañan. A mí no, igual, ¿eh? La gotera que en poco tiempo rebasó de agua el piso del garaje, las distancias, la inexacta posición del banquito... Todos errores de principiante.
_ No respondió a mi pregunta. No es usted lo que se dice ser un caballero, oficial.
_ Su marido subió a su hermano a un bloque de hielo. Una vez que lo subió y que le pasó la cuerda alrededor del cuello después de anidarla a la viga, como el bloque de hielo fue armado exclusivamente para ejecutar este asesinato y es algo muy pesado por sí solo, se valió del banco para deslizarlo y luego lo acomodó para dar la impresión de suicidio. Una vez muerto Sebastián y montada la escena, su marido salió de la casa y atrás entró usted, señora Roganti. Sabía que el garaje tenía una gotera, así que entró a la casa y abrió la canilla que está justo encima de dicha gotera para expulsar agua y que la misma se confundiera con el agua del hielo derretido. Volvió al garaje y prendió la calefacción para acelerar el proceso de derretimiento del bloque de hielo. Abandonó la casa y dio aviso a la Policía. Ya sabemos lo que pasó después.
_ Pero todo es circunstancial. Sólo tienen el testimonio del vecino y mis huellas en la calefacción, que como hermana de Sebastián que lo visitó con frecuencia los últimos meses, es normal que las hayan encontrado, como las encontrarán en el resto de los rincones de la casa. Y a todo esto, le falta el motivo. Según usted, ¿por qué asesiné a mi hermano?
_ Le molestó que su padre le dejase la empresa familiar íntegramente a Sebastián. Usted, Victoria, intentó persuadirlo pero el señor Roganti tuvo un ataque de ego y le negó su petición. Hizo valer el testamento de su padre a rajatabla. Y Sebastián era más arrogante y engreído que él. Su moral estaba ilícitamente sublevada por un complejo de superioridad fuertemente acrecentado por sus intereses de liderazgo. Usted enfureció y lo mató con la complicidad de su esposo e inculpando a otra mujer.
Victoria Roganti sonrió con soberbia.
_ Mi marido no tiene llave de la casa de mi hermano.
_ Usted le dio la suya.
_ Hay cosas que no puede demostrar.
_ El agua de hielo derretido tiene una composición química algo diferente del agua potable de canilla. Es cuestión de tiempo para que estén listos los resultados que practicamos sobre las muestras tomadas de la escena. Y la Fiscalía está tramitando una orden para allanar su casa, señora Roganti. Y estoy seguro que entre las cosas de su marido, encontraremos la ropa de mujer que usó para personificar a Gabriela Soriano. Está arrestada, Victoria Roganti, por conspiración para cometer homicidio, encubrimiento, agravado por el vínculo, la premeditación y en concurso real. Si coopera y testifica contra su esposo y nos dice en dónde está él ahora, quizás la haga quedar bien ante el tribunal. Lo único que no me explicó es dónde consiguió el bloque de hielo y cómo lo ingresó a la casa de forma discreta.
Pero Victoria Roganti seguía teniendo dibujada en su rostro ésa sonrisa de maldad y perversidad que acompañó de un silencio escabroso que hablaba mil veces más que su propia confesión.
Es verdad que el caso no era lo suficientemente sólido para garantizar una condena en el juicio oral y público. Había que encontrar a su cómplice y lograr que confesara. Por el momento, estaba prófugo y Victoria Roganti con prisión preventiva. Pero sin pruebas firmes, podía ser excarcelada bajo caución. Y estaba dispuesto a evitarlo. El caso sigue abierto a la espera de una condena y su resolución es inminente.
Y ahora que lo pienso, ¿yo dije al comienzo del relato que la escena me dejó helado, que Victoria Roganti era una mujer de corazón frío y otras expresiones parecidas? Anticipé el final sobre la forma en que Sebastián Roganti fue asesinado y no me di cuenta. Estuve mal. Nunca hay que prever al lector sobre lo que sucederá.


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