: Sonrisas Descarnadas

Nombre*:Victoria De la Luz
Género*:Terror
Título*:Sonrisas Descarnadas
Cuento:
Cada noche hacía lo mismo. Encendía la luz de la vieja lámpara de hierro forjado que reposaba en el buró junto a su cama, e intentaba dormir. Tenía sueño. Siempre tenía sueño. Era normal, porque llevaba mucho tiempo durmiendo solo unas cuantas horas; o tal vez fueran minutos o segundos; no podía estar seguro.

Hacía varios años que había abrazado la soledad y aunque le agradaba la sensación de libertad e independencia, en noches oscuras e insondables de luna nueva y silencio ensordecedor como aquella, lamentaba que no hubiera nadie para hacerle compañía salvo la anticuada y fea lámpara que producía una tenue luz.

Los minutos seguían pasando y él no lograba conciliar el sueño, a veces sentía como si nunca más volvería a dormir. Y es que aún con la luz encendida bastaba que cerrara los ojos unos segundos para comenzar a ver rostros descarnados. No eran pesadillas o terrores nocturnos, como habían sugerido los innumerables psicólogos que había consultado; a él le parecían más bien recuerdos… como si él hubiese visto esos rostros cadavéricos, antes de que se convirtieran en lo que son ahora. A veces pasaba la noche entera añadiendo los detalles que faltaban en esos rostros y que los volvían casi humanos; si faltaba un ojo, lo agregaba; si la nariz se había perdido la moldeaba en su mente hasta ponerla de nuevo en su lugar; poco a poco rellenaba los huecos con músculos y piel, pero siempre se detenía justo antes de llegar a la boca. Suponía que era por los dientes… sin la carne, parecían estar sonriendo siempre y se le ocurría que al añadir la boca, sólo quedaría una expresión de ira y reproche que no podría soportar.


Aquella noche no era diferente a las otras y eso lo desesperaba aún más. Todo era tedio y aburrimiento. Ya ni siquiera le atemorizaban como al principio; ya no sentía angustia ni miedo, solo cansancio… dicen que la única forma de lograr un cambio era probar un camino diferente y con este pensamiento resonando en su mente decidió que ya era hora de pasar a lo siguiente, fuera lo que fuera, tal como describen los libros de autoayuda que leía y como le recomendaban los psicólogos a los que acudiera años atrás cuando todo esto comenzó.

Cerró los ojos con convicción y de inmediato los rostros descarnados comenzaron a aparecer y uno a uno fue dándoles forma. Le sorprendió que aún habiendo formado las bocas, estas sonreían… tímida y débilmente, pero sonreían. Ahora podía verlos con claridad, eran niños, hombres y mujeres de diferentes edades, dándole la bienvenida a un lugar nuevo y desconocido. Decididamente, había llegado el momento de pasar a lo siguiente. Se sintió reconfortado al ver esos rostros llenos de vida, serenos y amables... ahora estaba cómodo y tranquilo, como no recordaba haberse sentido en mucho tiempo. Poco a poco se fue entregando al sueño hasta que finalmente se quedó dormido.

A la mañana siguiente encontraron el cadáver en su cama, que aún humeaba por las llamas que lo habían consumido. Aparentemente la antigua lampara de hierro forjado había causado un corto circuito dando origen al incendio. Los vecinos se dieron cuenta y llamaron a los bomberos, pero para cuando lograron controlar el fuego, era demasiado tarde. Fueron ellos quien descubrieron el cuerpo de aquel hombre, que en vida había sido conductor de un autobús, retirado después de un terrible accidente que cobró la vida de veinte personas, debido a que él se había quedado dormido. Pasó muchos años en la cárcel por ese motivo, aunque, a decir de las pocas personas que lo conocían, él nunca sintió que hubiese pagado por su crimen. Probablemente por eso lo encontraron con las manos crispadas como sujetando una manta consumida por las llamas y una sonrisa eterna en su rostro descarnado.


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