Publica Tu Cuento: Un Gorro para el Hombre de Nieve


Nombre*:Astrid Vietmeier
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Género*:Infantil
Título*:Un Gorro para el Hombre de Nieve
Cuento*:
Era ya de mañana, o casi, aún estaba oscuro, pero sabes que es la mañana, puedes escuchar los pasos de mamá en la cocina. Con cuidado sales de debajo de las sabanas, te ha llegado el aroma de café, seguro mamá está moliendo los granos para el desayuno de papá, la abuela y las tías.
Con rapidez te quitas el pijama, pues el clima de la mañana es realmente frio; te pones corriendo la camisa, y los calcetines de lana que las tías te tejieron, y por último los pantalones, los cuales son tan cortos que apenas y te cubren un par de dedos por debajo de las rodillas, los cuales te ajustas con ayuda de los botones y unos tirantes que te cruzan la espalda. Aun cuando estás vestido el frio matutino te hace tiritar, ya deseas cumplir los 15 años, para poder usar los pantalones largos, igual que los de papá.
Terminado de vestirte y atarle los zapatos, corres directo al baño para cepillarte el cabello y lavarte bien la cara, pues no te dejaran sentarte a la mesa con los ojos lagañosos y el pelo para todos lados. El agua al tacto esta helada, tanto así que espanta los pocos rastros de somnolencia que todavía osan asaltar tu cuerpo. Habiéndote lavado las lagañas, quitado la cera y la mugre de los oídos, tomas el cepillo que yace junto al lavabo y comienzas a pasarlo sobre tú cabeza mientras te miras en el pequeño espejo, la ventaja es que no tardas mucho en cepillar tu dorada pelambrera, la cual es tan corta y fina que bastan no más de dos o tres pasadas para dejarte presentable.
Una vez listo, aseado y peinado corres directo al comedor, ahí ya todos se encuentran sentados, la abuela ocupa la cabeza de la mesa, como siempre vestida con su largo traje negro de cuello y manga largas, en luto desde la muerte del abuelo. La tía Mia y la tía Änne están sentadas una al lado de la otra en el lado derecho de la mesa. Comiendo felices rebanadas de pan y queso y bebiendo taza tras taza de café. Caminas con mucho cuidado detrás de ellas, pues no quieres llamar su atención, pero no lo haces bien, pues tía Änne te ve, y tiempo le sobra para pescarte, colocarte sobre sus piernas y comenzar a darte pellizquitos en las mejillas mientras te revuelve el cabello.
Te zafas como puedes, cuidando mucho de no parecer majadero, pues sabes que la tía no tiene intención de molestarte o avergonzarte, pero con tus ya ocho inviernos, sientes que eres mayorcito como para soportar tales mimos. Finalmente, tía Änne se da cuenta y te deja ir, pero eso sí, no sin antes dejarte marcado un rosado beso en medio de la frente. Mientras vas a ocupar tu propia silla logras ver que papá, que ha sido testigo desde el inicio de como su hermana menor te emboscó intenta, sin mucho éxito, ocultar una carcajada.
Te ve llegar a tu lugar y descorre la silla para ti, de modo que alcances a treparte con más facilidad. Y además, para congraciarse contigo, una vez que estás bien acomodado frete a la mesa de blanco mantel bordado, coloca en tu lugar un plato con un pan a rebosar de morada jalea que la abuela preparó hace solo un par de días.
Y tú, feliz y olvidando, aunque sea de momento, el enojo contra él, por no haberte auxiliado cuando tía Änne te tenía preso entre sus brazos cubiertos por las verdes mangas de su vestido de invierno. Con ambas manos tomas la rebanada y le propinas tal mordida que toda tu boca, barbilla y hasta la punta de tu nariz quedan embarrados de la pegajosa golosina con sabor a zarzamoras. Ahora es imposible para papá contenerse y estalla en una ruidosa carcajada, tía Änne y tía Mia interrumpen su plática, pero al verte todo embarrado en mermelada pronto se unen a las carcajadas de su hermano mayor con varias risas propias, poniéndote colorado al instante.
Solo la abuela, que con no poca dificultad, logra guardar la compostura, se levanta de su silla, y luego de limpiarte, con sumo cuidado y cariño el dulce del rostro, pone a sus tres hijos un buen regaño, alegando que no es sano reírse de ese modo a buenas madrugadas y menos mientras se está desayunando, que puede cortar la digestión. Tú por mientras sonríes, feliz de que te haya defendido, pues para nadie es agradable que se rían a sus costillas. Mamá elige ese momento para salir de la cocina, llevando en una mano una taza humeante y en la otra una tetera llena de café recién hecho.
La verla papá extiende su taza y pide que le sirva, pues no tardan en dar las cinco y media, y tiene que llegar al trabajo, pero mamá le esquiva y no se detiene hasta llegar junto a ti, y luego de saludarte con un beso en la mejilla, pone junto a tu plato la taza, que está a rebosar de humeante leche caliente.
La tomas aún más contento, pues el calor de la bebida te ayuda a desterrar el frio que dejo en tus poros el agua helada. Es tal el bien y la alegría que te da, que de dos tragos te acabaste el contenido de la taza, la cual te deja unos tupidos bigotes blancos de nata, que te hacen parecerte más que nunca a tu abuelo.
Mamá te ve y vuelve a llenarte la taza de leche, mientras que con una servilleta te quita los rastros de nata de debajo de la nariz, y mientras te relames por la segunda ración de leche, puedes ver, por el rabillo del ojo, como mamá reta con su mirada, fuerte pero silenciosa a papá, desafiándole a que vuelva a reírse de ti. Una vez que tú estás servido y limpio, mamá por fin se dedica a tender a papá y los demás, para ese momento la abuela está por terminar su desayuno y las tías han vuelto a platicar animadamente.
Estás por terminar tu desayuno cuando ves a papá levantarse de un salto de la mesa, y salir prácticamente volando con dirección a la puerta, observas como se pone a medias la capa y el abrigo casi enredados entre ellos, luego ponerse torcida la gorra del uniforme, la cual ya está más gastada que otra cosa. Finalmente los zapatos, y te sorprendes que no se los ate al revés antes de salir corriendo y dejar la puerta semi abierta mientras se monta en su bicicleta y parte a la oficina de correos para recoger su bulto y comenzar a repartir la correspondencia en las fincas aledañas.
De verlo tan apresurado te entran enormes ganas de reírte, pero sabes que mamá sigue cerca y no le caerá en gracia que te burles de papá, aunque, por hoy, se lo tenga merecido. Así que te limitas a desayunar con calma y gozar de la compañía de mamá, de la abuela y las tías, que desde hace rato se están riendo por algún chisme que se cuentan al oído y que sabes que, aunque insistas, no te lo han de compartir.
Terminado los manjares, y después de pedir permiso de levantarte, saltas fuera de la mesa y vas a lavarte los dientes y a hacer tus tareas, las cuales son ordenar tu habitación, surtir la caja con leña para la chimenea y algunas otras tareas que te asignen las tías, la abuela o mamá según se necesite.
Para cuando terminas ya son cerca de las nueve de la mañana, hace rato que el comedor se despejo, mientras arreglas los leños escuchas como la abuela sube a paso lento, pero firme, hasta el segundo piso, para dedicarse a hacer, aquello que hacen las abuelas durante el día. Miras a tu alrededor, pero no vez a nadie, las tías hace rato se han marchado a hacer sus propios recados, y mamá ha bajado al sótano, para revisar y preparar las conservas.
Una vez te aseguras que nadie va a necesitarte corres a la ventana y te asomas, el paisaje del pueblo ha amanecido recubierto de puro blanco, como si algún pastelero hubiese recubierto los edificios con una gruesa capa de azúcar pulverizada. Emocionado por la visión de la nieve vas de vuelta a tu habitación para recoger tu abrigo y tus guantes. Luego vuelves a la sala y comienzas a abrigarte con ellos.
- ¡Alfons! – te detienes al escuchar a mamá llamarte desde la puerta que da al sótano.
- ¿Sí mamá? – respondes alejándote un poco de la puerta, pues estabas por salir cuando ella te llamó.
- ¿Dónde vas con tanta prisa hijo? – te pregunta mientras se acerca a ti llevando entre sus manos un frasco de Sauer Kraut , que seguramente usará para la comida.
- Ha nevado – contestas como única explicación, como si fuese muy obvio el motivo por que deseas salir.
- Lo sé, ya lo había visto – asiente ella, pero no agrega otra palabra, ambos nos quedamos callados un segundo, hasta que entiendes qué es lo que te ha faltado.
- ¿Me das permiso de salir a jugar? Ya he terminado mis tareas – preguntas con timidez y pena por olvidar que debes pedir permiso. Ella de inmediato sonríe.
- ¿Ya has acabado todo? ¿Alzaste los juguetes, abasteciste la leña y barriste las cenizas de la chimenea? - Te pregunta, asientes efusivamente, ella aumenta el tamaño de su sonrisa.
- ¿Tienes tus guantes y te pusiste las calcetas de lana? – pregunta dejando en una mesita cercana el frasco.
- Sí mamá, también tengo la bufanda – confirmas mostrándole las prendas.
- ¿Y tú llave? – vuelve a preguntar rebuscando algo en una caja que hay junto a la chimenea.
- Aquí, en mi bolsillo – aseguras, pero también palmeas tu pantalón para comprobarlo.
- Esta bien, puedes ir – finalmente te da permiso, emocionado te das nuevamente la media vuelta y estas jalando la puerta para abrirla.
- Alfons, espera un segundo – te vuelve a detener la voz de mamá y estas volviéndote para verla cuando algo cubre tu cabeza hasta casi taparte los ojos, tanteas con las manos, sólo para descubrir que es el gorro, que ella había estado tejiendo para ti desde hace una semana.
- Vuelve para la hora de la comida, y ten mucho cuidado por las calles, no quiero te vayas a resbalar y te me rompas un hueso – te indica con cariño, luego te da un beso en la frente y te deja ir.
Después de despedirte de tu madre corres fuera de la casa, calle abajo, mirando de un lado al otro, pues debido a la nieve, todo se ve diferente, bello y delicado, como esos mundos de los cuentos, que te lee mamá cada noche antes de dormir. Decidido a aprovechar el día al máximo, giras en la esquina para dirigirte a la plaza, donde seguramente se habrán reunido todos los demás y estarán armando varios juegos.
No te falta más que un metro o dos para llegar cuando algo te golpea en el centro de la espalda, aunque el golpe en si no es fuerte, te hace trastabillar, pues no te lo esperabas el impacto. Miras a tu espalda para descubrir al responsable, pero no logras ver a nadie, el único que está en la calle, además de ti, es el señor lechero, que está cruzando la calle, y sabes que el no pudo lanzarte el objeto agresivo, pues lleva en cada mano un gran jarro de leche.
Frunces el ceño y estas por volver a caminar cuando el silbido de la nieve crujiendo llama tu atención, rápidamente te agachas, esquivando apenas otra pelota de nieve que iba apuntada contra tu cabeza, y aprovechando que estas más abajo tomas un poco de nieve entre tus manos y la compactas en un proyectil propio. Antes de que tu agresor pueda esconderse te yergues y lo lanzas al atacante, y para sorpresa de ambos das justo en el blanco.
- ¡Gerd ! – gritas al reconocer a tu mejor amigo, sentado en el piso y con restos de nieve en la cara.
- ¡Ey Fönzchen ! – te saluda sonriente después de sacudirse la nieve de los pantalones y el abrigo.
- ¿Qué no recuerdas que el profesor nos dijo que no hay que atacar por la espalda? – le reclamas intentando parecer enojado, aunque la verdad ver a tu amigo derribado en el suelo lleno de nieve es algo muy cómico.
- ¡Vamos! Sólo es un poco de nieve – se ríe Gerd pasando su brazo detrás de tus hombros.
- Además, un poco de hielo no te matará – volvió a reír antes de jalar el cuello de tu camisa y meterte un puñado de nieve directo a la espalda.
El inesperado frio de la nieve contra tu piel te hace estremecer y sacudirte unos segundos, más consigues recuperarte lo suficientemente rápido como para tomar otro puñado de nieve y correr tras Gerd mientras apuntas directo a su castaña cabeza. No tardan en llegar a la plaza y se ponen a cubierto donde pueden, mientras se arrojan bolas de nieve el uno al otro entre risas y amenazas de broma.
Continúan haciendo su pequeña guerra, ahora tumbados sobre el piso, escondidos cada uno tras una pequeña barricada que han hecho apilando un montón de nieve, apenas lo suficientemente alto como para protegerlos de los ataques del otro. Así, desde tu posición agazapada, y con una munición de bolas de nieve listas a tu lado, te asomas muy cuidadosamente y sonríes. Desde tu posición ver a Gerd, que cree estar bien escondido, pero puedes ver cómo ha dejado al descubierto la parte trasera, cuidadosamente apuntas tu helado proyectil.
Pero sin querer, en vez de atinarle a tu blanco derribas a otro niño que va pasando por ahí, preocupado y apenado corres a disculparte, pero apenas y le extiendes la mano una bola de nieve te manda de sentón al piso. Después de limpiarte la cara y que se te pase la sorpresa te das cuenta de que es Willy uno de tus vecinos, que, cabe decir, no está muy contento contigo por haberlo derribado. Quieres disculparte con él, pero entonces otra bola de nieve lo golpea, ambos giran a mirar al agresor, que no es otro que Gerd que, sonriendo hace saltar una bola de nieve en su mano.
Lo siguiente que sabes es que se ha desatado una guerra sin cuartel entre los tres, Gerd te arroja nieve a ti, tú a Willy, él a Gerd y así así así; para cuando da el medio día, se encuentran los tres sentados en uno de los bancos de la plaza, agotados y colorados por el ejercicio.
- Eso… no estuvo mal - sonrieron con jadeos, había sido divertido, lo único malo era que habían quedado medio empapados.
- ¿Y qué hacemos ahora? Todavía temeos un rato antes de la hora de comer – pregunta Willy mirando el reloj de la iglesia.
- ¿Jugamos al escondite? – pregunta Gerd desde el extremo de la banca.
- ¡No! ¡Eso es para niños pequeños! – se queja Willy, y empiezan a discutir y rechazar algunos juegos tradicionales, Gerd no quiere jugar a las atrapadas porque está cansado de correr, Willy no quiere sacar los trineos porque su hermano se llevó el suyo para poder trasladar unos encargos, y no pueden jugar a la pelota porque el suelo esta resbaloso y podrían lastimarse, llevan así un rato cuando entonces algo te llega a la mente.
- ¿Qué les parece si hacemos un hombre de nieve? – preguntas, ambos te miran un segundo pero luego sonríen.
Cada uno va a una esquina de la plaza y comienza a formar una bola de nueve, tú formaste la del centro, Willy por ser más alto formaba la de la cabeza y Gerd como era un año mayor y más fuerte le tocaba hacer la de la base. Una vez que estuvieron listas, con cuidado de no deshacerlas, las llevan rodando al centro de la plaza, y los apila una sobre otra. Listo el cuerpo se alejó aun poco para mirarlo bien.
- No está mal, pero siento que algo le falta – murmura Gerd rascándose la cabeza.
- Pues claro, no tiene ojos, nariz o boca, y tampoco brazos, así solo parece un montón de nieve apilada – asientes, la verdad es que como esta tan blanco apenas y se puede ver entre lo demás, que está cubierto de nieve.
- Yo puedo conseguir unos trozos de carbón en casa que pueden servir de ojos, y para la boca – sonrió Willy
- ¿No te regañara tu papá? La abuela me contó que últimamente el carbón está muy caro y mi tío dice que sólo un puñado equivale a casi todo el salario de una semana – preguntas, pues mamá y la abuela han estado platicando sobre eso a la hora de la cena.
- No te preocupes por eso, a mi hermano se le cayeron algunos en la nieve cuando los traía a casa y no se pueden quemar, así que no hay problema – niega antes de girar y salir corriendo en dirección a su casa.
- Yo puedo conseguir los brazos, mi papá cortó ayer el encino del patio porque tenía plaga y hay unas ramas que parecen manos ¡voy a buscarlos! – sonrió Gerd también corriendo a su casa.
Viéndote solo miras al muñeco: aun con los carbones y las ramas le faltaría la nariz, entonces recuerdas que aún quedan algunas zanahorias de las que papá y tú cultivaron en el huerto familiar guardadas en el depósito del sótano, y seguro que no extrañarán si te llevas solo una. Decidido vuelves corriendo a casa, cuando entras ves las botas de trabajo y la capa de papá, que ya ha terminado de repartir el correo, dejas tu abrigo a un lado y entonces notas una gorra nueva junto a la vieja del uniforme de carteros, no cabe duda que ya se la entregaron de la oficina.
Con cuidado de no hacer ruido, bajas al sótano y sacas una de las cestas donde se guardan las zanahorias, quieres escoger una que no sea ni larga, ni chueca, ni muy pequeña, gorda o muy recta, finalmente encuentras una que te convence, es de tamaño mediano y de intenso color naranja. Con cuidado, pones todo en su lugar, pues no quieres que te regañen por estar haciendo desastres; te guardas la zanahoria del bolsillo y sales de puntillas, escuchas que papá y mamá están platicando en la sala, y el olfato te dice que no falta mucho para la comida, pues huele a salchichas y papas cocidas.
Mientras te pones el abrigo vuelves a ver las dos gorras, y piensas, ya que papá tiene una gorra nueva, lo más seguro es que la otra se tire, porque ya está gastada y no vale la pena volver a usarla, con cuidado te pones de puntitas y te estiras para alcanzar la gorra vieja. El crujido de la escalera te hace respingar, parece que alguien está bajando, y seguro que si te ven te pondrán a hacer alguna tarea, pero lo que quieres es terminar tu muñeco de nieve; así que brincas, tomas la gorra entre tus manos, y sales por la puerta.
De vuelta a la plaza, Gerd y Willy ya te esperan, cada uno con las cosas que prometió traer y un extra, Gerd tiene las ramas y también una vieja bufanda algo deshilachada, Willy tiene una bolsa de tela en la mano que debe tener el carbón adentro y también lleva una escoba en la mano, te ven llegar y sonríen, con cuidado se ponen a acomodar las cosas.
Mientras Gerd incrusta los brazos a cada lado del muñeco, amarras la bufanda alrededor del cuello y Willy le pone los ojos y forma una sonrisa con tres de los carbones, luego le ponen la zanahoria en el centro de la cara y para que parezca que está sujetando la escoba clavan la punta del palo en la cadera del muñeco y de esa manera queda a la altura de lo que sería su mano. Cuando terminan, los tres retroceden para admirar su obra: es un buen muñeco de nieve, regordete, blanco, con su bufanda y nariz de zanahoria.
- Ahora sí es perfecto – sonríe Willy satisfecho, Gerd gira un poco la cabeza mientras lo observa.
- No sé, tengo la impresión de que está algo bizco – niega, girando la cabeza hasta que estuvo recostada sobre su hombro.
- Para mí está bien así – dices convencido, ha sido un buen trabajo el que han hecho.
- Bueno, feo no es, pero sigo pensando que le falta algo – vuelve a meditar Gerd sin dejar de mirar al muñeco.
También inclinas un poco tu cabeza para verlo desde otro ángulo, Gerd tiene razón, algo le falta para quedar perfecto, entonces recuerdas la gorra vieja que has traído de casa, la recoges de la banca donde la habías asentado, y de un pequeño salto se la pones al muñeco.
- ¡Sí! ¡Eso era justo lo que necesitaba! – sonrió Willy al ver al muñeco con escoba en mano y gorra puesta.
- Pero Fönzchen ¿no es la gorra de cartero de tu papá? – pregunta Gerd.
- Sí, pero acaban de darle una nueva - asientes, complacido de cómo se ve el muñeco con ella.
- ¡Ah! Entonces ya no necesita la vieja – sonríes para responder a Willy, pero la verdad es que los tres no tienen ya muchas ganas de hablar, pues el sol ya está a la mitad del cielo, si le súmanos las campanadas del reloj de la iglesia con sus estómagos gruñendo de hambre, era la señal que debían volver a sus casas, al menos por ahora.
Los tres se despiden y cada uno corre de regreso al seno de su familia. Llegas a casa realmente hambriento, el correr y las risas te dejan con tanta hambre que seguro te comerías un caballo, si hubiera. La comida consta de unas salchichas asadas con papas bañadas en salsa y Sauer Kraut, luego de eso ayudas en varias cosas en casa, como en hacer más salchichas, ordenar las cosas, y otras ocupaciones.
Para cuando llega la noche toda la familia se reúne a platicar y cenar. Las tías cuentan cómo les fue ese día, la abuela da algunos consejos, papá narra anécdotas de su trabajo y chistes, es un ambiente muy ameno y sólo te hace sonreír. Luego de un baño y un cuento mamá y papá te desean las buenas noches y te vas a dormir con una sonrisa, sí, definitivamente, ha sido un muy buen día.
Nuevamente es la mañana, quizá más temprano de lo normal, este día quieres dormir un poco más, y por ser sábado no te lo van a impedir, así que te haces una bolita bajo las cobijas, permitiendo que el calor que producen te envuelva completo para desterrar el poco frío que se cuela. Estas justo en el mejor punto de la comodidad cuando el sonido de voces te llama la atención.
- ¿Pero dónde quedó mi gorra? – escuchas que alguien pregunta, pero no reconoces la voz, aun estas algo adormilado.
- Debería estar en su lugar como siempre ¿no la dejaste por accidente en la oficina después de devolver la bolsa del correo? – escuchas otra voz, más aguda que la otra.
- ¿Cómo la voy a dejar en el trabajo? ¡Si me la acaban de dar! – se queja la voz grave, aun no sabes de quien es, pero puedes notar que está enojada.
- Bueno Bernard ¿entonces donde la pusiste? Porque no se pudo haber ido caminado sola – pregunta la voz aguda. ¿De qué gorra estaban hablando?
- No lo sé Klärchen , no lo sé, ayer cuando llegué la dejé en el perchero y ya no está – vuelve a refunfuñar la voz que ahora sabes que es masculina.
- ¿Cómo que no está? Mira bien, ahí puedo verla – lo regaña la voz de una mujer. Comienzas a frotarte los ojos, esa discusión ya te ha alejado el sueño y lo mejor es que te levantes, así al menos podrás desayunar y no perderás tiempo intentando dormir en balde.
- No amor, esa es la vieja, mira cómo tiene toda la tela y la visera gastadas, no puedo presentarme en el trabajo con ella, ¡ya hasta tiene un agujero! – oyes que la voz masculina casi solloza de desesperación.
- Si lo veo, pero no hay otra opción, mejor ponte esa y corre al trabajo, mientras buscaré la nueva y mañana te la llevas – propone la voz, femenina, que ahora sabes que es la de mamá.
¿Por qué dirán que se perdió la gorra nueva de papá? Si estaba en el perchero ayer, y de hecho debería ser la única, ya que tú te llevaste la vieja y… ¡OH NO! Te llevas las manos a la cabeza con preocupación al comprender lo que sucede ¡Te llevaste el sombrero equivocado! Brincas fuera de la cama como impulsado por un resorte, te quitas el pijama y te vistes lo más rápido que puedes. ¡Debes recuperar la gorra nueva de papá! ¡Rápido! O si no, sabes que te caerá una buena bronca y eso en el mejor de los casos.
Das de saltitos mientras intentas ponerte los calcetines gruesos, luego los zapatos, pero te los colocas al revés, finalmente te atas los tirantes, más por la prisa se hacen un nudo en tu espalda. Para cuando acabas, tienes la camisa desfajada, tu cabello parece un nido de palomas y tus ojos están inundados de lagañas, pero no puedes perder el tiempo arreglándote ahora, de por si papá ya va a tarde al trabajo.
- No entiendo cómo pudo perderse mi gorra nueva – escuchas que papá refunfuña, cada vez suena más molesto.
- Bernard no seas negativo, si la dejaste aquí en el perchero seguramente aparecerá por algún rincón de la casa – intenta consolarlo mamá. Con mucho cuidado sales de tu habitación y te escabulles hasta la puerta, no tendrás tiempo para ponerte el abrigo, sólo con suerte y ayuda de todos los santos podrás ir y volver antes de que noten que fuiste tú.
- Klärchen ¿qué son tantos gritos y gruñidos a estas horas de la mañana? – escuchas preguntar a tía Änne.
- Bernard no encuentra su gorra nueva y ya va tarde al trabajo – explica mamá, por suerte no te han visto aun, y estas a sólo centímetros de la puerta.
- ¿No aparece la gorra?, ¡qué extraño! – suspira tía Änne. Bien, mientras ella los distrae, tú podrás salir.
- Si Änne, lo es, pero ahora que me acuerdo ayer que fui a comprar queso, vi en la plaza un muñeco de nieve muy curioso… – interviene tía Mia. Te congelas en tu sitio, no irá a decir lo que crees que va a decir ¿verdad?
- ¿Un muñeco de nieve? – pregunta papá, es mejor que te apresures; comienzas a girar el picaporte de la puerta con mucha lentitud para que no haga ruido.
- Sí, era muy lindo, tenía una bufanda, nariz de zanahoria, ojitos de carbón y en la cabeza una gorra muy parecida a la tuya – sonrió tía Mia.
- ¿Un muñeco de nieve? ¿En la plaza? ¿Con mi gorra? – comienza a unir las piezas papá, finalmente logras abrir la puerta, pero al empujarla para salir esta rechina con mucha fuerza.
- ¡ALFONS! – escuchas a papá gritar, pero para entonces ya estás a la mitad de la calle. Por el momento te has librado del regaño, pero también eres consiente que, cuando regreses, tendrás que pagar la cuenta por tu travesura.


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