Publica Tu Cuento: La rata veneno


Nombre*:Luis F. Guzmán
Web Site (Opcional):instagram.com/luis.arias17/
Género*:Aventura
Título*:La rata veneno
Cuento*:
LA RATA VENENO

Ojalá se hubiera encontrado en algún rincón de la casa a esa rata que no hace un par de días entró por la puerta principal, se instaló cómodamente en la pequeña cueva que se forma bajo la escalera de piedra, y se alimentó con abundantes porciones de queso y de veneno que mi madre colocó allí con sumo cuidado y con la más negra de las intenciones.

Ojalá hubiésemos encontrado a esa rata de larga cola y oscuros colores, colores que rayaban en los tonos más intensos del gris y del café. Una rata callejera de grandes dimensiones. Su tamaño es una de las cosas en la que me gustaría hacer especial hincapié porque me dejó de verdad sorprendido, tanto que llegamos a pensar, mi madre y yo, que nos encontrábamos ante una rata en proceso de gestación, cosa que consiguió poner aún más nerviosa a mi madre.

Nosotros estamos acostumbrados a las ratas pequeñas, a los roedores que miden apenas unos centímetros y que de vez en cuando rondan por la cocina en busca de migajas de pan, se escabullen cual bandidas entre los platos sucios llevándose alguna sobra de la comida y después van a dar a algún rincón tras la estufa donde puedan vanagloriarse por su hazaña haciendo bailar sus diminutos bigotes.

Estas ratas de las que les hablo no representan un problema. Sí es verdad que en ocasiones podemos llegar a toparnos con alguna bolsa de pan mordisqueada o con alguna caca en las herramientas de papá que guarda en uno de los cajones de la cocina, pero es cuestión de tiempo para que esas ratas torpes y pequeñas caigan en las pegajosas trampas que mamá tiene la costumbre de comprar por eficientes.


Pero ahora bien, esta rata de la que les hablaba en un principio, era un caso completamente distinto y muy particular. Y digo muy particular porque al parecer a la nueva inquilina no le surgía efecto el veneno que mi madre colocaba con gran disciplina, noche tras noche, a los pies de la escalera. La rata arrasaba con el queso y con el veneno por igual, cosa que a mi madre y a mí nos provocaba un raro escalofrío que nos recorría el cuerpo.

Esta rata, a la que yo decidí bautizar como la rata veneno, se paseó por mi casa varios días como si fuera su propia casa. En una ocasión, llegué de la calle pasada la media noche, y después de hurgar un poco en el refrigerador me encaminé directo a las escaleras, escaleras que parecían ser el nuevo hogar de la rata veneno; y antes de poner un pie en el primer escalón, sucedió lo que más me temía: la vi, y ella me vio a mí con sus inmensos ojos, a penas redondos, que parecían hundirse en un interminable agujero color petróleo.

Estábamos yo y la maldita rata veneno, frente a frente, los ojos fijos uno en el otro como dos guerreros que se disputan el terreno, y entonces hice lo que cualquier persona inteligente que se respete haría: corrí. Corrí y trepé las escaleras, corrí y llegué al cuarto de mi madre, abrí la puerta de un golpe, di un salto hacia su cama, me metí bajo las sábanas; y una vez que me sentí a salvo, pude contarle lo sucedido.

-¡Maldita rata veneno, maldita!

Al día siguiente no se supo nada de la rata veneno. Yo esperaba que asomara sus enormes bigotes al umbral de la cueva para referirme el encuentro de la noche anterior, pero no fue así. De hecho, no se supo de ésta por varios días. El pequeño plato circular en el que se colocaba el queso con el veneno estaba intacto. Esto nos pareció sumamente extraño a mi madre y a mí, tanto que nos aventuramos a inspeccionar dentro de la cueva. Mi madre me tomó de la mano y empezamos a fingir que caminábamos con pequeños pasos que apenas y se notaban.

La cueva que tenía lugar bajo la escalera de piedra se solía usar como una pequeña bodega donde guardábamos cosas que jamás se volverían a utilizar pero que la nostalgia nos impedía deshacernos de ellas. Una vez que nos encontramos frente a la pequeña entrada en forma de "n" minúscula, ambos asomamos la cabeza y comenzamos a mover cada cosa con el mayor de los sigilos posibles, no fuéramos a molestar a la susodicha rata veneno. Después de un tiempo, nada de nada, la rata no estaba allí

-¿Será que logré asustarla? ¿Será que la mirada fulminante que lancé aquella noche sobre ella la corrió de mi casa de una vez y para siempre?- me preguntaba para mis adentros con cierta pedantería.

Pasaron los días y nosotros empezamos a cantar victoria. Sin embargo, no nos podíamos conformar con suponer que la rata veneno estaba muerta, necesitábamos su cadáver para poder dar fe y testimonio de ello. Pues hasta no ver no creer.

Una tarde que yo llegaba de la escuela, escuché la voz de mi madre y la de mi padre discutir en la cocina. Por el volumen de voz con el que se hablaban supuse que era algo importante y que yo no debía inmiscuirme en ello. Todo esto cambió cuando una palabra pronunciada por mi madre taladró mis oídos y despertó de pronto mi curiosidad: Rata.
-Están hablando sobre la maldita rata veneno- pensé, y
con un audaz movimiento me zafé la mochila y sin procurar ningún cuidado la dejé caer sobre el piso, me apresuré a la cocina con la intención de apreciar y escuchar mejor lo que allí estaba sucediendo.

-¡Ojalá hubieran encontrado a la rata debajo de la estufa!

Cuando llegué a la cocina, mi madre con un gesto colérico y con el índice completamente erguido sobre los demás dedos señalaba a la estufa y repetía – qué allí está, puedo jurar que esa rata se murió debajo de la estufa, yo lo sé, mi olfato nunca me falla-. Mientras ella se aferraba a su discurso, mi padre reía y aseguraba que él no olía nada, le pedía se tranquilizara y se olvidara del asunto. Cosa que mi madre no estaba dispuesta a hacer, ¿y quién sí?, ¿quién olvida una rata que come veneno?

Fue tanta la insistencia de mi madre, que al cabo de unos minutos tenía a mi padre hincado frente a la estufa, con sus herramientas en la mano y con la cabeza metida en el hornillo de ésta, tratando de desprender una parrilla que impedía ver con certeza lo que se encontraba a ras de suelo. Por fin lo logró, la parrilla sucumbió ante los golpeteos del martillo y logramos ver el interior de la estufa: nada, absolutamente nada; ni un bigote, ni una pezuña, ni una cola de rata, ni siquiera restos de comida que indicaran su paso por allí, sólo un triste vacío hediondo y oxidado.

-¡Maldita rata veneno, maldita!

Mi padre sentenció a mi madre con un "te lo dije". Ella, en vez de secundar el te lo dije de mi padre con alguna otra frase que diera pie a otra discusión se entristeció al ver que sólo se había encontrado con una estufa vieja y en muy mal estado. En parte también se lamentaba del hecho de que aquel olfato tan tenaz del que se jactaba le hubiera fallado.

Después de eso, abandoné toda esperanza de encontrarme de nuevo con la rata veneno, con la sorprendente e increíble rata que comía veneno sin inmutarse.

Noches después del incidente de la estufa, mi madre y yo seguimos dejando el pequeño plato de plástico con queso y veneno en caso de que a la rata le diera hambre y decidiera regresar.

¡Ah, qué rata veneno! ¿Dónde andarás? ¿Dónde morirás?


LUIS F. GUZMÁN


Powered by EmailMeForm



No hay comentarios.:

Publicar un comentario