Publica Tu Cuento: 72260

Nombre*:María Guadalupe González Faz
Web Site (Opcional):lupita_g_2000@hotmail.com
Género*:Microrrelato
Título*:TÚ Y YO
Cuento*:
Tú y yo

Tu funeral no es uno de esos en los que la gente llora, se abraza o se desmaya, tampoco rezan. En lugar de eso hay un silencio frío e impersonal. Todos se miran y preguntan: ¿Por qué allá? Tu viuda y tus hijos observan tu cuerpo vestido de negro. A pesar de todo tu rostro sigue siendo igual. Tu madre se acerca a tu féretro, te mira, te besa, les dice a tus hijos:

— ¡Al fin terminó! Ahora van a descansar.
A lo lejos, sentada en un rincón, tu mujer traga lágrimas saladas y azules; azul su tristeza, salada tu suerte, bendita la de ella.
En el trabajo todos te decían:
—Trabajar es el secreto.
—Y tú: ¡Cállense, pendejos!

Siempre compraste billetes de lotería. Pedías prestado para ir a Tijuana a las carreras de galgos. No había noche en que no acompañaras a tu jefe al "Caliente", te encantaba verlo ganar. Al punto borracho, robabas su dinero; tu vicio no podía esperar. Pero, ¡qué lástima!, nunca ganaste ni un peso. Todos estaban hartos de tu incorregible compulsión, hasta te inscribieron en "jugadores anónimos", pero nunca asististe.
Ese día llegaste a Las Vegas. Tomaste un taxi, te dirigiste al "Wynn" e hiciste el "check in"; pero no fuiste a tu habitación. Dejaste encargada tu minúscula maleta y caminaste directo a las máquinas traga monedas; sus hipnóticos colores y los sonidos te gritaban. Apuéstame aquí: a dime, a quarter, a dollar.
Así pasaron tres días y tu sin dormir ni comer; pero ¿qué tal la bebida?. El día y la noche te daban igual; estabas en la catedral del juego.
La última noche subiste a tu cuarto. Te diste una ducha, te pusiste más bello, te vestiste de negro y antes de bajar al casino te miraste al espejo, sonreíste. Del bolsillo interno de tu saco sacaste mi imagen, la besaste e invocaste mi nombre. No era necesario, yo siempre he estado a tu lado. Entraste al casino. Volviste a mirarme y en seguida dijiste:

—Eres la más antigua de todas, has que ocurra un milagro

Caminaste hacia el bingo. Tú no lo notaste, pero ahí estaba yo. Me ofreciste una copa, dos, tres. Te veías extasiado con mi belleza. Fuimos a la ruleta pero no te agradó. Después nos dirigimos al bar a llenar nuestras copas. Estabas nervioso, no sabías a qué jugar. Te tomé del brazo y te dejaste llevar a la mesa del póquer. De inmediato tu suerte cambió. Metiste tu mano al bolsillo, colocaste mi imagen sobre tu pecho y me la diste a besar.
¡Sóplala! me dijiste en silencio. Apreté tu hombro y en seguida te llegó el millón. Tomaste mi mano. Nos paramos junto al piano. Me abrazaste, cubriste mi rostro de besos y bailamos. Tus ojos dijeron: vamos a la habitación. Antes deposítales el cheque, te dije con mi pensamiento y lo hiciste. Entramos al cuarto, nos abrazamos, nos besamos... Fundimos nuestros cuerpos y te hice feliz, ¡ya eras todo mío!
Eugenio, amor mío, qué pálido estás. Ese traje de madera te sienta muy bien. ¡Al fin lo logramos! Mira sus rostros tristes, semblantes colgados, miradas en paz, vacías; pero agradecidos con tu decisión. Ya no verán tu rostro marcado por el ansia de ir a apostar. Estás en tu tierra, muy cerca del mar. Afuera hay treinta y nueve grados; pero aquí en tu capilla parece nevar. Nadie lo sabe..., sólo tú y yo.

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