: | Miro una vez más la hoja del examen y aún está en blanco. No puedo concentrarme. Hay algo que aprisiona mi pecho y deja un nudo en la garganta. Entrego la prueba. A los segundos suena el celular.
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Valeria presiente que las cosas no están yendo bien, su cuerpo no le miente; cada vez, su fortaleza se ve mermada. Nunca supo exactamente cuándo empezó su calvario. Mientras mira desde su ventana el cielo azul ("Azul, mi color favorito", piensa) recuerda esos mareos, esas náuseas, la fiebre, lo escalofríos que ocurrieron una primavera antes de su cumpleaños numero quince. Los cuales a nadie comunicó. Pensó que la bohemia furtiva que en algunas ocasiones empezaba a flirtear eran las causantes de ella. No había de qué preocuparse.
Asumió, que su irregularidad menstrual tenía que ver con su inapetencia. Total, la delgadez, algo que le obsesionaba, acarreaba un sacrificio. No fue hasta que, en las vacaciones de medio año, los dolores articulares y de extremidades se hicieron insoportables.
Sus padres acudieron hacia su habitación al oír los gritos de dolor. Llamaron al doctor de la familia, el cual constató junto con sus padres algunos hematomas. El galeno les aconsejó llevarla al hospital, donde diagnosticaron la presencia excesiva de glóbulos blancos. Era leucemia. Desde entonces comenzó la asidua visita al laboratorio, a revisiones médicas y luego, dado los resultados, el viaje a esta clínica norteamericana.
Valeria sufrió mucho la separación de sus amigos, amigas, pero sobre todo de Ignacio. Ahora mira el álbum de fotos que le regalaron sus amigos: las salidas con las amigas al club, los veranos en Asia, los quinceañeros a los que asistió, su quinceañero, sus mejores amigas, su enamorado. También hay uno familiar. Ahí está con sus padres, sus abuelos, su hermano, sus primas.
Aunque hay un álbum, al cual se dedicó personalmente a recopilar, que contiene solo fotos de ella con Ignacio. En el kínder, la primaria, la secundaria, los paseos, la vez que se escaparon del grupo de excursión en Cusco, su quinceañero, la graduación, miradas y abrazos (que disfrazaban besos furtivos, los primeros de su vida, y claro está la complicidad de la primera vez).
Valeria coge una fotografía en la que ambos están abrazados. Él abrazándola. Ella enternecida y feliz muy feliz. Sonríen ambos. De fondo Machupicchu con testigo de su felicidad. Coge un lapicero anota detrás de la foto: "Sé que nos volveremos a ver, no sé dónde, no sé cuándo, pero sé que nos volveremos a ver un día soleado, como en el de la fotografía. Sweetheart".
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Aún me cuesta asimilar la noticia. Deambulo por las calles del viejo y señorial barrio sanisidrino y cada una de ellas me recuerda a Valeria: el primer juego, la gran travesura, los carnavales, las fiestas infantiles, las confidencias, el primer beso, la primera vez.
Siento ganas de correr, de ir más allá; a esas calles ignotas, que son de todos y a su vez de nadie, calles que no tienen historias, calles que no me recuerden a Valeria. A Valeria alegre y risueña.
No sé cuánto tiempo he estado fuera, tengo la necesidad de ubicarme temporalmente. Miro el reloj y este me recuerda que Valeria ha estado, estuvo y estará conmigo, en los buenos y malos momentos, para bien o para mal.
Algo cansado ya de tanto andar, me siento en una banca del Parque Abtao, alzo la mirada, el cielo me restrega su color... azul, el color preferido de Valeria.
http://lasinvencionesdelnefelibata.blogspot.com/ |
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