: lluvia

Nombre*:Miguel
Género*:campestre
Título*:lluvia
:LLUVIA



ELEUTERIO (Tomando asiento sobre una pequeña estiba de bolsas, allá, en el ángulo oscuro de aquel gran galpón de tres paredes, tan sólo, que otrora fuera cobertizo de los caballos "de sangre" de la estancia). -Pa mi gusto que Florindo y el dotor se quedaron entre el barro, prendidos como saguaypeses. -(y luego, cerrando repentinamente los párpados y tornando la cabeza, cegado por la luz vivísima de un relámpago que acaba de surcar el cielo) -Caracho...son como rejucilos.
DOÑA PONCIANA (Que integra aquella "rueda" de peones; inclinándose para tomar del suelo uno de los tantos gajos que el vendaval ha tronchado de los árboles del patio, y barrido hasta el cobertizo; y acomodándolo sobre las brasas, luego de haberlo trozado entre sus manos pequeñas y gruesas) -Ahá, una de las hembras de don Nicanor, esa que supo ser puestera en una estancia de ingleses, me contaba una güelta que ella, cuando vía a un relámpa... ¡Jesús, María! ¡Dios Bendito! -(Llevándose ambas manos a las sienes, ha soltado la exclamación en un franco gesto de horror; y a causa de que un nuevo relámpago, seguido de la ronca sonoridad de un trueno, acaba de zigzaguear en el espacio; "ahí nomás, contrita" el alambrado de los potreros) -En loh´ año que llevo vividos, pocas veces vide tormentas como ésta. Parece que juera goluntá 'e mandinga, llover aura, tan luego, que la probe criaturita 'e los patrones está ansí.
"ELEUTERIO (Tras de cavilar algunos instantes, con la cabeza gacha, y como si hablara con una enorme laucha que ha conseguido atrapar a sus pies, presionándole el dorso con el extremo de un palo, y sin reparar en la despiadada rudeza de su lenguaje) -Pa mi gusto que la gurísa esa, anda medio empastada...
DOÑA PONCIANA (Vivamente disgustada) Cállese, hombre, por Dios! De ande va a andar empastada la chica. A la fija que es un gran empacho lo que tiene el angelito.
ELEUTERIO (Refunfuñando, y a tiempo que la laucha, al menor descuido del victimario, se escurre de entre sus "garras" y atraviesa a la carrera el piso del galpón) -Y... jué un suponer, no más...
SABINO (Un chino mestizo, casi adolescente que, espalditendido cuan largo es sobre el suelo de tierra, con las manos entrelazadas bajo la nuca, se deja lamer el rostro por el afán insaciable de su perro lanudo) -y digo yo una cosa, doña... ¿Al niño Andresito se lo llevarán, como dicen? ...
DOÑA PONCIANA (intrigada) --¿Y a vos quién te dijo eso?
SABINO -No se, la Ñata lo dice...
DOÑA PONCIANA -Ahá, así que la Ñata…
SABINO (Interrumpiéndola) -Sí, doña, se lo juro... ¡ Palabrita 'e ray! Me dijo que antes, güelta a güelta, le daba por arrimarse a la pieza 'e los patrones, y pegar la oreja… Vez pasada los estuvo bombiando y dice que los vido llorar, y que decían, de sacar de la estancia al niño Andresito... como su hermanita está tan mal...
DOÑA PONCIANA -Yo no sé... pero me parece que antes de hacer nada, van a ver lo que dice el dotor...
ELEUTERIO -Pa mí que el médico no llega hasta dentrada la noche; pa pior Florindo se jué en el "sulky" viejo, más pesao que carreta en cuantito tiene que orillar el barro.
DOÑA PONCIANA, ELEUTERIO y SABINO (Poniéndose de píe, retrocediendo unos pasos, y haciendo exclamaciones a porfía porque, repentinamente, y no obstante la lluvia, se forma un remolino furibundo de viento y tierra, que barre el polvo del suelo del cobertizo -parcialmente seco- y los envuelve en una atmósfera asfixiante) -Yo no sé... viento 'e porquería...
ANDRESITO -(Asomando al galpón, anhelante y fatigado, vestido con su característico "over-all" azul, y calzado con un par de botas enormes, que su padre le prestara para qué cruzase el patio enlodado en dirección al cobertizo, y cuyas amplias cañas le cubren totalmente los muslos; y guareciéndose del huracán que acaba de manifestarse de improviso, con un antiguo vestido rosa de la mamá, que aletea sobre su cabeza) - ¿Qué viento, no?
DOÑA PONCIANA -¡Andresito! Pero de cómo se me viene ansí, criatura... ¿De cómo su mamá me lo deja cruzar el patio con esta lluvia? …
ANDRESITO (Arrojando a un rincón el viejo vestido con que se ha cubierto de la lluvia, y peinando con sus dedos las crenchas que le caen sobre los ojos, tan lacias y tan rubias...) ¿Vió, doña Ponciana, vió? La primera vez que me dejan venir...

ELEUTERIO (A Andresito, sin levantar la cabeza, abstraído como está en dibujar en el suelo, junto a sus pies, y con la punta del cuchillo de la cocina, una infinidad de líneas paralelas) -Y... será pa que no se estea tuito el día al lao 'e su hermanita, me parece…
ANDRESITO (Sin ninguna convicción) – Sí…
DOÑA PONCIANA -Pero venga criatura, acerquesé que quiero sacarle esas botas. ¿No ve que no puede andar ansí?
ANDRESITO (Acercándose, todavía anhelante, y esbozando una leve sonrisa) -Sí, son pesadas...
SABINO (Desde su rincón, y siempre en compañía de su perro) -¡Juera, Pinto, juera; no fastidee a la gente, pues… (A Andresito). Y digo yo una cosa, niño…
ANDRESITO -¿Qué?
SABINO -¿A usté me lo llevan al puesto 'e Los Rosales, nomás?
ANDRESITO ( Extrañado) -¿A mí?...
SABINO -Ahá.
ANDRESITO - ¿Por qué?
SABINO -Y… como asigún las mentas su hermani…
ELEUTERIO (interrumpiéndolo a tiempo, sentencioso) -Cállese la boca, amigo. ¿Quiere?
ANDRESITO -¿Cierto, doña Ponciana?... ¿Me van a llevar a la estancia?...
DOÑA PONCIANA -Pero no, criatura, de ande me lo van a llevar...
ANDRESITO -y cómo, sabi…?
DOÑA PONCIANA –Nada m'hijito. Cosas que dice ese chino, porque tiene boca, nomás…
ANDRESITO -¡Ah! Yo creía… ¡Oy, doña, .mire allá, mire!...
Y el pequeño hijo de los patrones, infinitamente sorprendido, señala los cercanos potreros, que apenas pueden advertirse tras la opaca cortina de agua. Y es que un cuadro muy extraño acaba de despertar la curiosidad del niño. Sucede que durante un instante fugaz, una repentina y grande 'llamarada pareció brotar del alambrado que linda los potreros, del alfalfar; justamente en e1 tiro junto al cual varios caballos, amedrentados por los truenos y relámpagos, habíanse apiñado inmóvi!es. Al contacto con la electricidad, de súbito, los animales saltaron como enloquecidos y emprendieron una carrera desenfrenada en dirección a las lomas próximas sin apartarse de la línea de alambres… Más de pronto, uno de los integrantes de aquel desbande, una hermosa yegua doradilla del patrón, alzó casi verticalmente las manos, como con intención de "sentarse", y tras un relincho formidable de impotencia, tornóse más blanca la albura de sus ojos, y se desplomó a tierra. Durante, algún instante, todavía su cuerpo sufrió convulsiones; y el cue1lo, lánguidamente estirado sobre la tierra, se debatió en el estertor de la muerte... Luego Quedó inmóvil, rígida, con los cuatro miembros distendidos en el espacio.
ELEUTERIO (Con verdadero sentimiento). - Lástima de yegua… Si pà mañana la lluvia nos da un resuello viá decirle al patrón, pa que la mande cueriar.
DOÑA PONCIANA (Atisbando el horizonte, preocupada por la tardanza de Florindo y el Doctor). -¡Qué cosa, este Florindo, qué cosa!... Hace horas que ya podría haber estao de güelta. ¡Lo que andará pasando la patrona!
ELEUTERIO. -No crea, doña; mire que el camino está muy pesao pa el "sulky"
ANDRESITO. -No, don Eleuterio, no... si el Dr. Flores ya vino...
DOÑA PONCIANA (Que se muestra, al escuchar las palabras del niño, sumamente extrañada, y hasta un poco incrédula). -¿Pero que está diciendo, criatura? de haber llegao e1 doctor, lo hubiéramos visto.
SABINO -y digo yo una cosa, niño... ¿Sí es que ha llegao, de como Florindo no se vino corriendo hasta aquí, pa anoticiarnos.
ELEUTERIO (Con gravedad) -Natural, mi amigo. Y a más, Florindo hubiera traído el "sulky" hasta aquí, pa desengancharlo.
ANDRESITO (Admirado de que "aquellos sonsos" aún no estuviesen enterados de nada). -Pero no, don Eleuterio no. ¿No ven que el doctor Flores vino a caballo, él sólo?
ELEUTERIO -¿y eso? No puede ser…
ANDRESITO (Repentinamente cohibido, y dudando casi de 1o que ha visto con sus propios ojos, ante la exclamación rotunda de Eleuterio). -No se... yo lo vi…
SABINO -¿El dotor, montao en el colorao de tiro? Ja, ja, ja,
DOÑA PONCIANA -¿y de áhi? ¿Acaso no…? ¡Ay! ¡Jesús María! ¡Dios Bendito!
Un trueno, presentido a la distancia acaba de hacer cimbrar desde los cimientos los muros del cobertizo; con ta1 potencia, que una de las chapas de zinc que cubren la techumbre, arrancada por la trepidación producida, planeó por algunos instantes sobre los potreros próximos, llevada por el vendaval, hasta perder la estabilidad y precipitarse al suelo, de canto como un extraño animal abatido.
Tres cuartos de hora más tarde el facultativo que fueran a buscar al pueblo más próximo, continúa en la estancia, junto al lecho de la paciente.
Los padres de la enferma, de pie, temblorosos de angustia, con los rostros sumidos, atentos al menor gesto del doctor Flores, permanecen a la expectativa, con las gargantas oprimidas por la congoja, y con los párpados humedecidos...
En el cobertizo, con no menos impaciencia, doña Ponciana, la buena y querida doña Ponciana, y el viejo Eleuterio esperan la palabra final del médico, respecto al estado de salud de la hermana de Andresito. Este, por su parte, que no sabe de la gravedad que la aqueja, pero que la sabe enferma; y que le ha visto humedecerse los párpados de su madre, por las mañanas, cuando se dirigía en puntillas junto al lecho de la niñita¡ presiente a su alrededor un hálito de tragedia, que lo indispone, que lo hace -como un rato antes- verter lágrimas y sollozar sin motivo aparente, de cara a la pared de su dormitorio.
En cambio, el chino Sabino, sin haber cambiado siquiera de postura, continuaba indiferente a los rostros atribulados de doña Ponciana y Eleuterio, mientras su fiel e inseparable Pinto continuaba ensayando toda suerte de saltos, trepado a la estiba de bolsas, con un palmo de lengua afuera, y agitando insistentemente su rabo pequeño, deslucido.
SABINO (Al perro, señalándole con el índice un lugar cualquiera del campo, por donde caminan, muy juntos y en dirección a la laguna, seis gansos salvajes). -¡Chúmale, Pinto, chúmale! Ja, ja, ja. (y luego, increpándole, al comprobar que su Pinto, echando a rodar por el suelo el prestigio que él, tan afanosamente, le había levantado; se detiene de improviso en la veloz carrera iniciada ante el límite mismo que el aguacero ha formado sobre el piso) ¡Mulita, mulita, venga para acá, mulita!...
DOÑA PONCIANA (Temblando ya de impaciencia, a Andresito, en momentos en que, a pesar de los esfuerzos que hace, se le llenan los ojos de lágrimas…) -Venga, criatura, acérquese, que viá' arreglarlo un poco... vea como se ha puesto la cara 'e barro, pues. A ver... a ver... ansí... eso es... ya sabe que a su mama no le gusta verlo desarreglao.
ANDRESITO (Dejando, dócilmente, que doña Ponciana le pase el extremo de su delantal por el rostro, y le estire la ropa con sus manos regordetas y hacendosas; y sin poder, él mismo, substraerse a ese ambiente de inquietud y de espera que advierte en los ojos de todos, pese a su corta edad). -Sí, me emba... ¡Oia, mire, mire por donde anda la Ñata, doña Ponciana, fíjese!.
Y con el índice trémulo señala a la joven hermana de Sabino, que cruza corriendo el patio de la estancia, en dirección al molino, cubriéndose de la lluvia con una enorme palangana vuelta hacia abajo, y que sostiene arriba de su cabeza con aquellos brazos torneados y robustos de adolescente, mientras trata de sortear los charcos más profundos.
SABINO -¡Qué raro! ¿Pa ande irá esa loca, con semejante día?
DOÑA PONCIANA -A la fija que va pal molino, a acarriar agua pa adentro.
ANDRESITO (Asustado, y casi a punto de llorar) ¿Se le habrá pedido el médico, doña Ponciana?
DOÑA PONCIANA –No,, m'hijito, no. Será pa... pa lavar, dejuro... La tierra, ahíta de agua, no la absorbe ya, y se forman en el patio grandes charcos que la Ñata -que regresa con la palangana llena hasta los bordes, arrastrándola por el barro, a causa del excesivo peso- no puede eludir.
DOÑA PONCIANA (A Sabino con enojo): -Camine a ayudar a su hermana, haragán. ¿No ve que apenas puede arrastrarla la pobre?
SABINO (Fastidiado). -Pa qué, doña. ¿No ve que ya llega?
DOÑA PONCIANA (Roja de indignación, y propinándole un leve puntapié en los muslos, ya que Sabino se halla acostado sobre el piso). -Camine le digo, desconsiderao 'e miércoles...
SABINO (Levantándose y saliendo, refunfuñando, y seguido de su fiel Pinto). -Ta güeno. ¡Oh, también, qué fastidiar!
ELEUTERIO (Así que Sabino desaparece, mirando fijamente hacia el camino). -Vea, doña, fíjese, allá se va el dotor...
DOÑA PONCIANA (Viendo que, en efecto, el doctor, jinete en un caballo de la estancia, está repechando la loma del camino, en dirección al pueblo). -Güenazo el dotor Flores, ¡Venirse con este tiempo...!
ELEUTERIO. -Ahá. Cierto...
DOÑA PONCIANA -Eh' un pedazo 'e pan... ¡Ay, Jesús, María, Dios Bendito!
E inmediatamente, como impelida por un resorte, la buena doña Ponciana se ha puesto de pie y ha salido al patio, en dirección a las casas, sin importársele de la lluvia, que cae a torrentes; mientras que Andresito, con una congoja irresistible en el pecho, se echa a llorar abierta y francamente, ocultando su rostro entre las manitas, tan bellas y tan tersas; y mientras el noble Eleuterio siente la necesidad imperiosa de destoserse, para evitar que lo asfixie eso a manera de nudo que siente allí, en la garganta, y que le dificulta la respiración...
Y es que hasta ellos ha llegado, cargado de angustia, el alarido horrísono de la madre de Andresito. Aquel clamor prolongado, consecuencia inmediata del dolor que conmovió las fibras más íntimas de todo su ser...
Algo muy grave, gravísimo, había ocurrido, sin duda, allá, en aquellas habitaciones últimamente vedadas a Andresito. En aquellas habitaciones aseadas, en las qué pareciera flotar un hálido leve, con olores a yerbas medicinales y a remedios: y en las que por la tarde, cuando el sol penetra a raudales por la ventana del oeste, dejan caer la cortina de esparto, dejando la estancia en tinieblas.
Algo muy grave y muy triste.
Y Andresito, que nada sabe, pero que lo presiente todo, y que ha escuchado aquel grito desesperado de su mamá, l1ora sin consuelo con la rubia cabeza apoyada en la pequeña estiba de bolsas.
El chino Sabino, sin comprender, ha abandonado 1os juegos con su perro, y se ha quedado mirándole, con 1a boca entreabierta, y con sus grandes ojos llenos de asombro pueril...
DOÑA PONCIANA (Desde la puerta de la cocina, con voz emocionada). -¡Andresitoooo! ¡Criaturaaa!
ELEUTERIO (Poniéndose de pie, muy lentamente, y dirigiéndose hacia e1 pequeño, en quien posa con cariño su ruda mano sobre la espalda; con la misma delicadeza con que un niño alza del suelo al pichón aterido). -Vaya, amiguito, que lo llaman...
Y Andresito, pasando por sus ojos los puños cerrados, se aleja cabizbajo, sin poder contener esa congoja que invade a los niños después del llanto, y que los obliga a efectuar un movimiento convulsivo, intermitente.
Al cruzar por la galería de las casas, el pequeño ha visto a su padre, con la cabeza caída sobre el pecho; paseándose a grandes trancos, con el diario bajo el brazo…
Y así que llega al umbral de la puerta de la cocina, se queda al1í, apoyado contra el quicio, sin moverse y sin decir palabra…
Hasta que doña Ponciana, que tiene los párpados rojos, hinchados; yendo hacia él, lo toma de un brazo y llevándolo al interior de la cocina, le expresa:
-Venga, criatura, venga que viá vestirlo, porque la lluvia va a parar, a la fija, y su tata quiere llevarlo al puesto 'e Los Rosales, pa que pase allí unos días, y conozca... ¿no?
Y esto diciendo Doña Ponciana, previamente, agita con energía el traje nuevo de Andresito, para aventar aquélla pelusilla "odiosa" que se ha adherido a la tela...





Miguel Ángel Fernández de la Puente



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