: | Todos los martes a las seis de la tarde, cuando las mujeres en Buenaventura se ponían bonitas para olvidar que andaban tristes y la brisa del mar salía para acariciar sus cuerpos y jugar con sus vestidos de colores, el viejo Eliseo Domínguez que tenía noventa años y la vieja Sebastiana Mera que ya cargaba con ochenta y ocho se encontraban en la playa para entregarse a los sortilegios de sus amores clandestinos.
La vieja Sebastiana Mera había sido casada por su familia hacía 69 años, ocho meses y veintitrés días porque no podían permitir que una muchacha blanca de la alta sociedad se enredara en amores con un negro de mierda llamado Eliseo, en cambio el viejo Eliseo Domínguez jamás se había casado, nunca se había entregado a una mujer distinta a su Sebastiana, porque sus sueños, las tristezas tan tristes que lo acompañaban, sus recuerdos y sus fantasmas le pertenecían a ella.
Y ahí parados en la playa los dos se miraban y a pesar de los naufragios de la memoria sentían lo mismo que habían sentido la primera vez que se vieron hacía setenta años, se amaban con la misma intensidad, se necesitaban con angustia, se tomaban de las manos para no olvidar que existían, y en un abrazo profundo se perdían en los intrincados laberintos del amor, a tal punto que Dios se asomaba a la orilla del universo para mirarlos, entonces sentía como el cansancio de su envejecido corazón se iba desvaneciendo y su mano buscaba entre las sombras una mano que lo condenara al vértigo del amor pero no la encontraba, la muerte se quedaba dormida entre los brazos del tiempo para olvidar la devastadora presencia de su oficio y el tiempo andaba despacio para no despertarla.
Cuando el viejo Eliseo Domínguez y la vieja Sebastiana Mera se despedían ella le gritaba desde el otro lado de la playa:
- Si no nos vemos el martes el universo entero podría detenerse.
Y así Todos los martes a las seis de la tarde, cuando las mujeres en Buenaventura se ponían bonitas para olvidar que andaban tristes y la brisa del mar salía para acariciar sus cuerpos y jugar con sus vestidos de colores los dos se encontraban en la playa.
Pero un día el tiempo tuvo que despertar a la muerte para recordarle que la vida es lo suficientemente triste para seguir viviendo, así que ella bajo despacio a Buenaventura para arrastrar hasta el sueño profundo del olvido al viejo Eliseo Domínguez.
Todos los martes a las seis de la tarde, cuando las mujeres en Buenaventura se ponían bonitas para olvidar que andaban tristes y la brisa del mar salía para acariciar sus cuerpos y jugar con sus vestidos de colores, la vieja Sebastiana Mera se paraba en la playa perdida en las lagunas de su mente que eran su refugio más seguro y allí entre sus desvaríos parecía encontrar sosiego al borde de un abismo del qué sólo la muerte podría venir a salvarla. Dios no se atrevía a asomarse a la orilla del universo para no morir de tristeza, la muerte no dormía y el tiempo aceleraba su paso para que todo se sucediera con mayor velocidad. El universo entero empezó a detenerse y la vida no fue más que el rezago de un mal sueño; así que la muerte decidió bajar a Buenaventura para arrastrar a la vieja Sebastiana Mera al sueño profundo del olvido, la puso al frente del viejo Eliseo, para que los dos se miraran y así el universo entero no corriera el riesgo de detenerse, los dos se enredaron en un abrazo eterno y se amaron para siempre, por que el amor de este par de viejos era como el mar Caribe o el mar Atlántico, nunca como el Pacifico, porque este es un mar triste, gris y solitario. |
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