: Eucalipto, la hoja.

Nombre*:Alma C. Hernández Olguín
Género*:Infantil
Título*:Eucalipto, la hoja.
Cuento:
En una isla muy lejos de la zona inerte, vivía Eucalipto, esa frágil hoja, que gustaba por dormirse en los arbustos.

Su aspecto más que el de una hoja parecía el de una leyenda de cine, con sus colores deslumbrantes, su andar tan espectacular, solía dejar marcada una estela de colores que daba la impresión de estar sumergidos en un sueño. ¡Qué bella dama!, solían suspirar los ríos, que enamorados entonaban canciones que llegaban de su hermosura a plasmarse en el libro de los suspiros. Ese libro guardaba los momentos más sublimes de la Isla, como el momento en que Eucalipto nació. Ese día de 8 de enero, se conglomeraron los árboles, juntos bailaron una danza que duró por semanas, la tierra se sacudió de tal manera que llovió desde ese instante hasta el momento presente, una lluvia que al momento de tener contacto con la piel descuenta años a los humanos, de tal manera que ahora habitan solo niños, por lo que se escuchan los pasos de ellos cual duendecillos iluminados con la luz de las luciérnagas que aman acompañarlos desde el amanecer hasta la llegada de la noche.

Desde ese momento todos las hojas voltean a mirar a Eucalipto, por ser la hoja elegida, esa que anunciaban las leyendas, la que haría de las hojas, la historia de cuentos e historietas, así de simple, como una hoja, ¿quién pensaría?, pues se escribieron poemas, canciones, sonetos,! todo para Eucalipto!, esa hojita que descendiente de las hojas sagradas de la isla sonora, cautivó a los habitantes con su hermosura. Sus pliegues perfectos, su aroma que eleva el alma a su máximo elemento, así sigue caminando Eucalipto; enreda los pensamientos, alumbra los caminos, más no dejes de recordar a los humanos, ahora niños todos, que es el momento de descansar.

Ese cruel tirano que los gobernaba no volverá, no habrá más arcoíris sangrientos, ni hilos de desesperanza, como niños solo pensarán únicamente en los globos, en los juegos, en atrapar insectos en las redecillas. Es el tiempo de soñar, ahora sí no tendrán límites, aquí no hay quién te diga qué hacer o cómo hacerlo, solo portas esa maleta que contiene miles de ocurrencias, de respuestas y sonrisas. Come algodón de azúcar, camina desgarbado, no mires jamás las líneas del tiempo, son mortales, mira solo la eternidad, es a la que pertenecemos, es el verdadero alimento del alma.

Eucalipto es la sueva caricia, sus pasos ligeros, dejan huellas en el piso y en el cielo, es amiga de los sonidos que aman acompasar cada movimiento con una canción, hay tantas canciones en la isla que no hay tiempo para hacer más actividades que cantar y ser escuchado, es la clave de la felicidad que reina en isla sonora. Desde la llegada de Eucalipto, las hojas no son arrancadas, los árboles son sagrados, no son objeto para hacer cuadernos, el que tale un árbol podría sufrir la pena capital, esa de deambular cual fantasma por la eternidad, cargando el tronco pesado del árbol talado y los pensamientos malvados de los infames gobernantes del pasado, esos que deglutían los sueños de los habitantes, por eso esa gran etapa de insomnio, de gran oscuridad, nadie lograba conciliar el sueño, ni aunque desesperados buscaran algún remedio, ningún ser vivo lograba dormir.

Eucalipto llegó, lo decían las abuelas, estaba escrito en las piedras, pero con el insomnio no había quien lo leyera o si lo hacían de tanto cansancio no lograban asimilarlo, agotados los humanos solían instalarse en sillones y pasar horas largas con la mirada pérdida frente a una caja que iluminada les extraía lo poco que guardaban en su mente. Eran absorbidos por esa caja diabólica, era horrendo verlos desterrados, no salían de sus casas por quedarse a ser deshumanizados. Más no había que lamentarse, Eucalipto derrotaría al insomnio y la apatía, solo bastaba con seguir sus colores y entonar sus canciones para quedar enamorado para siempre, así como quedaron los habitantes de la isla y de cada rincón que miró u escuchó el andar de cuan singular criatura.

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