Cuento: |
Damián bajando las escaleras desesperado se tropieza y cae con Ebrug, golpeándolo y este rechinando por el hematoma en su espina fluctuosa. La parte de delante de Ebrug recobra el sentido de sus hebras que, con un contacto minino de sonoridad, se dilata y se eriza apuntando hacia donde proviene las primeras ondas, casi imperceptibles por el hombre, de las esferas que levitan, cuando en los días de noviembre bajan de los planicies que se elevan luego de traspasar las sombras cascadas de las rocosas erosionadas por el mar de concreto que, denso y sin forma, relame con sus olas la superficie de la ciudad. Las hebras marcan el camino hacia la habitación de Solange, dos pisos más debajo de un edificio ciego que descansa cerca de la orilla ocre de la playa. Ella era la quien debía silenciar su espacio, por las ventanas entraron las esferas, no tenían color, pero el sonido que rozan con sus ondas friccionándose entre sí en un frenético festín enciende una luz metálica que ilumina su entrada hipnótica cuando Solange podía las dos cucharadas de azúcar al té de todas las mañanas. La presencia del silencio antes del sonido la remite a un estado que no logra equilibrar, y el dolor es inminente. Ella lo describe como un dolor que radica en el espacio vacío de los átomos, nace ahí y se va desencadenar por el sentido de la conciencia de existir, y penetra el alma, los huesos, los tejido, hasta llegar a sus oídos, detonando el sonido de una supernova fusionándose caóticamente con la materia negra del universo. Un sonido espectral que mucho no escuchan, es el caso de Damián, entre miles, que ha adquirido luego de una intensa y burocrática sucesión de papales a Ebrug. Esta hecho de sistema de tejido neurológico y tecnología biomecánica que han desarrollado para detectar y silenciar el estruendo seco que causa las misteriosas burbujas que bajan desde las cascadas, que por desgracia para los científicos, no para el leve suspiro de unos labios, con cualquier contacto con materia explota y produce todo ese malestar a ciertas personas, con lo cual es imposible estudiarlo y ver el carácter de su funcionamiento.
La puerta están sin llaves, hoy levemente abierta, lo primero que ve Damián es a Solange, arrinconada entre sus rodillas en la vértice que da al Sur, junto al piano. Ebrug expande sus glándulas que, segundos antes descansaban sobre los costados, una bolsa aterciopelada cuelga de su aparente boca verdosa sobre su cuerpo laminado por finas película de una sustancia gris que se asemeja al tejido muscular y los nervios de las redes de fibra propioceptivas titilan al lanzar un crepuscular boreal manto transparente que reluce algunos trozos de luz del tibio sol, atrapa la esfera que sonido, con un pulso magnético retrae el sonido a su boca verdosa, se sumerge en el recipiente aterciopelado que cuelga, da espasmos y se retuerce hasta soltar toda presión y simplemente el silencio no se escuchó.
-¿Estas bien?
Damián se acercó a Solange y amablemente puso las manos en sus hombros.
-No la escuché cuando venía, sorpresivamente apareció por la ventana y flotó hacia donde estaba yo. Creo que tiré la taza.
-No importa Solange, ahora lo limpio.
-No… no, puedo sola. Gracias Damián.
Él lo conoció a ella, o ella lo conoció a él, en el conservatorio. Cuando él llegó, luego de que tuviera varios años ausente del mundo, encerrado en su cueva de piedra caliza, asistiendo con su cabeza el tempo de sus melodías, enfermizo una noche de tormenta, luego que ingiriera tres micro puntos de LSD, sacó su pequeña orquesta de instrumentos a la plaza, armó una improvisada carpa protegiendo la lluvia recta y de pesadas gotas que chocan con los granitos de concreto húmedo por las olas muertas que rasgan la arena ocre. Había hecho una pequeña sonata, que grabó durante un paseo en alguna tormenta sobre la luna. Esa noche, mientras grababa con una portátil inalámbrica, su instrumento preferido y más enigmático, el piano, un dedo y una nota se habían entrometido en un flujo de sonido hermoso, un viento oscuro abrió en dos la carpa, y la lluvia entro hasta dentro de su cabeza, se paró y volvió a su casa, antes que se mudara al edificio que vivía Solange, la cual que vio el primer día de su llegada al conservatorio, ese instante de error le molesto mucho, por su adentro, nunca estudió música pero tiene un oído musical excepcional, lo cual no era suficiente para la música que quería hacer, decidió ir al conservatorio de la ciudad.
En la primera clase, dentro de un cubículo roto en el techo, con el cielo trozado en nubes grises que se asoman hasta la vista vio a Solange, estaba apartada de los demás alumnos, hasta de la profesora inclusive, o esa era la sensación de Damián al verla distraída de unas palabras que resonaban y a la vez se escapaba por el agujero del techo, nadie lo notaba, todos lo estaban escuchándolas. Se arreglaba el pelo, cada cuanto se rascaba el cuello, al terminar la clase, se levantaba y su vestido se aclaraba con la tenue luz del foco que cuelga de dos cables negros, un final aparente por debajo de sus rodillas da sus pasos silenciosos en el piso de cemento, daba sus pasos a la profesora, la saludaba amablemente y salía por la puerta, desapareciendo cuando la mirada se pegaba en la pared y el costado de la puerta.
Los primeros días fueron técnica, sonido sin reproducir y palabras metodizando la melodía danzante, Damián siempre miraba, disimuladamente a Solange, el total desinterés que poseía en las clases, notó que la profesora no la mira, termina su mirada en el ante último muchacho y vuelve por su mismo panorama sin llegar a Solange. Una noche en altas horas del crepúsculo nuclear, la profesora cito una reunión en el recinto, esa vez había un piano blanco, marmolado. Solange, no había llegado todavía, a Damián no le sorprendió, si en clase no parece intencionada menos vendría a estas horas porque la lunática de la profesora lo había mencionado por teléfono mientras tenía un sueño lucido. La profesora invito a alguien a tocar. Damián no entendió porque, luego de unos segundos nadie quiso tocar, incluso se sorprendió de él mismo, no había tiempo para la timidez, un chico se acercó y tocó, sus dedos se movían mecánicamente, como muchas veces, y la música, de algún modo inundó la habitación y luego de varios minutos, la melodía se esfumó en el cráter del techo y el silencio se apoderó de todos nosotros cuando sus dedos dejaron de moverse. Nadie aplaudió, porque no era un concierto o algo que se tenía que celebrar, todos se interesaron en la música y sus caras descansaron al oírla, y todo pareció más agradable, eso era lo que importaba.
En todo esto, Solange llega, el contorno de su cuerpo, su cara, su mirada, era de un color apagado, en penumbras, saludo tibia, levemente movió sus labios. La profesora, antes que de ella se sentará, le pidió que se sentara en el piano, ella no la miró, y se acomodó erguida sobre la silla, el pelo le caía sobre los hombros, un hermoso espectro castaño que cuelga de su pequeña cabeza. Delicadamente puso sus dedos en las teclas blancas y negras, como si tocara un cristal de hielo sin romperse empezó la melodía. Las ondas sonoras se asemejaban a una neblina dulce y trasparente que empuja el viento y levita entre los tobillos, luego de un empujón suave empezamos a levitar y la música no penetra los oídos, sino que se trasluce a través de la piel, de los ojos, de los labios y llegando a erosionar de una majestuosa dilatación de locura, un muchacho mueve involuntariamente la rodilla y el muslo, se encorvó y miró alrededor con vergüenza, se sentó en un tumulto de roca caliza, tapándose con los brazos su entrepierna. La profesora sonrió, la habitación se suturó de una belleza única, la cual, las melodías danzantes pululaban ingeniosas por el techo y las paredes, llegando inclusive, sin escaparse por el agujero del techo, hasta las olas y se rompían y retrocedían, las olas que aparecen y las olas que retroceden se entremezclan, fulgura las llamas cristalinas de sus dedos, sus muñecas, respira tierna suavemente, terminó con un Re, su dedo índice de la mano derecha presiona la tecla Sol, y resuena titilante en el aire, con los otros sonidos que perduran en el tiempo, el movimiento de una mariposa, el sonido de su vida. Rompió en llanto sobre el piano, nos quedamos impactados, tiesos en la luz del universo.
Entonces en una visión fugaz, observe todos los dioses del monte Olimpo, sobre Marte, el rojo de los labios que se hinchan al contacto con las lágrimas.
La vio fumar un cigarrillo armado, dando la espalda al océano, a los riscos del crepúsculo, Damián venia de algún lugar del mar, decidiendo el camino al laberinto de coral.
-¿Qué tiene la ciudad?
Dije.
-Humo.
Cantando una serenata, habla Solange.
-Un horrible olor a quemado.
-Somos energía, inanición. Ese olor es nuestro.
-Tocas hermosamente el piano para pensar eso.
-¿Es verdad eso?
-Vos misma te escuchas… ¿Qué haces acá? Deberías estar en las tardes de amor en Zenith, en las noches de frío en el Coliseo. En los sueños sobre el Olimpo.
-¿Cómo te llamas?
-Damián.
-Solange. Un gusto.
-Igual Solange. ¿Por qué empezaste a estudiar acá?
-Estoy obsesionado con la música, el sonido de la perfección en la música.
-Te pareces a mí.
Damián desvió la mirada.
-¿Por qué lloraste?
-Porque fue la última vez que voy tocar el piano.
-¿Cómo la última vez? ¿Es un chiste? Tenés un gran talento. Esto lo digo enserio, tocaste de una forma que nunca he visto en otros músicos, y eso se refleja en la música, fue como si nosotros fuéramos un espejo donde podías reflejarte y mirarte, lo que veías era lo que sos. Fue hermoso.
-Es lindo lo que decís, pero el propio sonido me ha tapado los ojos con mis manos, su presencia me causa un malestar que no puedo soportar. Me entristece mucho decirlo, no hace mucho que me empezó a pasar…
-¿A pasar? ¿Qué tratas de decir? ¿La música te molesta? ¿El sonido de la música?
-El sonido de la música me causa mucho dolor.
Apagó el cigarro en la arena, mira entre los mechones negros de su pelo y se aleja hasta los bloques departamentales que se elevan al empezar el cemento, las nubes están bajas, volátiles. Damián se miró desde otro lugar, sumergido en los acantilados de concreto, las extensas láminas que concentran la poca luz del sol, las láminas extra-perimetral que disuelve las fuertes tormentas que se desatan en las profundidades de los mares. Un viento seco resbala sobre las praderas frías de los riscos, frenó las olas y las campanas de algún rasca cielo sonaron lúgubremente. Damián se sorprendió de ver tal espectáculo cuando en su panorama divisó unas burbujas de luces cósmicas que levitan bajando desde los cielos nublados, dirigiéndose cariñosamente para la ciudad, las primeras burbujas llegaron al pavimento cromado y unas luces circulares prendieron el día, la línea fina de luz en forma de samsara tocó mi cuerpo y desapareció en el mar. Inmediatamente se oyó gritos neuróticos dentro de la ciudad, de los árboles quemados que son diminutos con las alturas de los edificios, luego miles de círculos explotaron hacia velo del cielo e iluminan de aros fugaces toda la planicie pavimentada. Los gritos eran más fuertes, hasta que en un momento ve una figura ir hacia él. Es Solange, que corre con desesperación, Damián da un paso nervioso, se detiene y ve la cara de Solange, el pelo revoloteando en el aire, se derrumba sobre él.
-Por favor, no dejes que me toqué. No dejes que estalle dentro de mí.
-Quédate conmigo. Sólo quédate conmigo.
La semana entrante Damián se mudó al mismo edificio que Solange, en el centro de la ciudad.
Los científicos no tienen la remota idea que genera las burbujas de sonido, algunos dicen que son las partículas que dejó una supernova al estallar, en el universo el sonido carece, al tocar la capa de ozono genera tal fricción que se condensa con el aire de la tierra, un fenómeno extraño que los científicos no pueden explicar. Y las consecuencias que sufren algunas personas tampoco dieron resultados concretos. Se hicieron estudios con las personas que son afectadas, Solange no quiso que la estudien. No quiso ser una estadística.
-Si fue una supernova que explotó, o algo en el universo, debió de estar interrelacionado conmigo. No encuentro otra razón que me haga sentir más confortable, igual… estoy deprimida… ya me sentiré mejor.
Decía Solange a Damián. Él sólo la mira con detenimiento, como se rasca la nariz al hablar, y luego esboza una risa tímida al terminar la oración y el significado del mal que la aqueja.
Solange seca el té que se derramó en el piso, Damián se sienta en el sillón. Con las manos titilando, los dedos confusos, al dejar la taza en la cocina se le resbala y cae en el mármol gris, sin romperse, pero produciendo un ruido seca en la habitación. Se queda mirando la taza moverse hasta detenerse por el mango semicircular. Sonríe levemente para su adentro, Damián se para preocupado, se detiene cuando Solange lo mira.
-¿Te preparo un té?
Damián se vuelve a sentar y amablemente dice.
-Sí, gracias Solange.
Puso la pava en el fuego, luego de unos segundos, un humo trasparente salta e inunda la cocina, sirve dos de azúcar en cada taza, cada taza tiene el saquito de té, vierte el agua caliente, revuelve y las agarra con sus dedos largos y rosados. Va hasta la mesa, y las deja ahí, el agua y la cuchara al moverse choca y rechina con la cerámica de la taza. Esta vez ríe como antes nunca rió. Una risa ingenua y celestial.
-Ahora estoy bien.
Dice Solange.
Se acerca al piano, y pone sus dedos en la escala de Sol, la música despeja la humedad y el humo trasparente de la habitación, las melodías danzan como el movimiento de las constelaciones, el sonido de la música fulgura de sus ojos, de los soles. Damián se levanta en silencio, suspira. Le reverbera al oído la música de las estrellas que se expande de los dedos de Solange al tocar dulcemente las teclas del piano, las lágrimas juegan como un aullido ominoso del canto melancólico de Solange al chocar contra las teclas. Damián encendió a Ebrug que había dejado debajo de la mesa, puso en marcha el motor, y se perdieron en las luces de las estrellas.
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