Cuento: |
Levante la vista, mis ojos quedaron maravillados ante el esplendor de un profundo cielo azul; sin nubes; con una bandada de gorriones que volaban de lado a lado entre giros y vueltas al compás de una bella melodía. Contemplé dicha postal por unos minutos. Que hermoso cielo, que colores! Cuanta belleza, quedé maravillado. Sentía calor, una pequeña brisa acarició mi cara, debo estar en verano pensé, que agradable sensación, que bien me sentía. Di un vistazo a mi alrededor sosteniendo la vista en los portones del barrio, idénticos todos, de chapa pintadas de blanco con vidrios color caoba protegidos por rejas negras. Comencé a caminar, el ambiente me resultaba familiar. Cuantos arboles me dije, conté ocho en la misma cuadra, ocho!! Tal número se ven solo en plazas y parques. Sus copas sobrepasaban las cornisas. Seguí caminando. No andaba nadie, un agradable silencio me cautivó, caminé varias cuadras, a lo lejos se veía movimiento, me acerque para saber de que se trataba, eran 3 jóvenes de 9 o 10 años no más, con gorras de abuelo y pantalones cortos, jugando con una pelota de cuero que tenía aspecto de estar pinchada, no picaba; seguí por mi calle, que agradable lugar, inspiré profundo, llene mis pulmones de aire, sentí el aroma de verano, sonreí, me encontraba feliz. A mi derecha un descampado, lleno de escombros recubierto con una espesa cantidad verdes malezas, me llamo mucho la atención la presencia de un descampado. Las calles eran de tierra. Al llegar a la esquina tomé hacia la derecha, el sol brillaba más que nunca, lo tenía justo por encima, deduje que debe ser mediodía. Sobre los arboles sobresalía la figura de una veleta con forma de gallo marcando hacía el este. Seguí caminando; a medida que avanzaba menos casas por cuadra encontraba, me estaba alejando, decidí tomar dirección este, hacia donde nace el sol. La luz era tenue. Camine varias
cuadras, mi cerebro estaba mudo. Las esquinas pasaban, mi vista se enfocaba en los árboles, pero sin verlos. Que maravilloso día, sentía un placer desconocido por mí. Me encontraba solo, las casas parecían vacías, no se oían ruidos, ni voces, ni ladridos; seguí caminando hacía el final de la calle, el sonido de olas romper llegó a mis oidos, seguí caminando unos metros para contemplar el horizonte; azul por arriba, azul por debajo y algo me resultaba familiar. Mojé mis pies; que insignificante me sentía ante tanta grandeza; la playa estaba desierta, sin rastros de civilización, ni edificaciones, ni carpas, ni botes de basura. Mis pies se hundían en la arena. No corría el viento. No sentía frio ni calor. Seguí caminando por la blanca arena. Me encontraba sin noción del tiempo y poco importaba. Una bandada de aves voló sobre mi cabeza, comencé a correr detrás, la luz mermó formar un ambiente tenue, levanté la vista, seguí las luces, me llevaron a una casona de grandes puertas y cuya alta torre contenía 4 relojes en cada una de sus caras. Me resultaba familiar. Algo pasó, un mal presentimiento corrió por mi cuerpo, seguí caminando. Se oyen campanas, aumente la marcha. Estaba preocupado sin encontrar motivo. Llegué al lugar de las campanas, una iglesia, con la misma fachada de la iglesia de mi pueblo, sin lugar a dudas era la misma, con su campanario a lo alto, sus redondos vítreos y enorme portón de madera barnizada; la única diferencia que noté fue en sus alrededores, no existía fuente, ni arboles de naranjos, más bien era una porción de tierra desprotegida de belleza. El miedo se apoderó de mí ser, donde estoy me pregunté, comencé a correr, en pocos segundos el corazón latía con tanta fuerza que lo sentí salirse de mi boca; noté que las calles eran las mismas de mi pueblo provocando un escalofrío en mi pecho; donde estoy? Es lo único que pasaba por mi cabeza. Mi casa no quedaba lejos pensé. Corrí como nunca. El barrio no era el mismo, nada estaba en su lugar, no había casas, ni vecinos, ni luces, ni arboles estaba aterrado. Llegue al lugar donde debería estar el hogar de mi infancia encontrando un aljibe, paredes de barro pintadas de blanco y muchas plantas. Grité, grite con todas mis fuerzas sumergido en desesperación. Di un paso hacia atrás, no estaba bien, pensaba en mi familia, los extrañaba, quería estar con ellos, di otro paso hacia atrás, tenía un nudo en la garganta, temblaba, nada tenía sentido, mil lágrimas en mis ojos, me aleje y corrí, corrí con todas mis fuerzas hasta sentir cansancio, quedé exhausto, intentaba tranquilizarme, mis piernas temblaban, cientos de preguntas girando a mi alrededor; mi mente estalló, levanté la vista para quedar maravillado, con aquello que mis ojos veían, estaba sentado en la arena, era de día y una vez más las aves cruzaban el gran cielo azul. |
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