Nombre*: | John Reed |
Género*: | Policiaco |
Título*: | Fortuito frenesí |
Cuento: |
Fortuito frenesí
Por John Reed.
I.
Me encuentro en cama. Por la ventana, a través de la cortina, comienza a colarse la platinada luz de la mañana. Hace quince minutos que los gallos iniciaron su infernal concierto. Otro día ha comenzado. Recorro mi habitación con la vista. Una mueca de asco se forma en mi rostro. Qué pequeño es este lugar. Cuando me mudé a esta casa pensé que no importaba que el lugar fuera pequeño o que no tuviera muchas cosas; que una vida austera me sentaría bien. Pero ahora, la falta de espacio me resulta insoportable.
Son las siete de la mañana. No entro a trabajar sino hasta dentro de tres horas. Detesto el tiempo muerto, desperdiciado cada noche al intentar dormir en vano. Acostado en la oscuridad, con los ojos abiertos como un idiota. Ya no me satisface el divagar por los pasillos de la memoria. Y los sueños, cuando logro dormir, me resultan de lo más molestos. Me cubro la cara con la almohada y planifico mi día laboral en la librería. Registrar entradas y salidas de material, depositar la venta del día anterior en el banco… ese tipo de cosas. Desde que me ascendieron a jefe de librería, los altos mandos esperan mucho de mí. La verdad es que no tenían opción. No querían tener a alguien tan joven como jefe de la librería de la alhóndiga, pero con la recomendación de la antigua jefa de librería, y de otros dos jefes, no les quedó de otra. Pese a sus dudas, no les doy motivo para quejarse. Mantengo las ventas altas, tengo la contaduría en forma y he pasado cada inspección con sobresaliente.
Por otro lado, Fernanda ha estado muy insistente con la idea de irnos a vivir juntos. Quiere tomar ese gran paso a lo que, desde mi perspectiva, no es otra cosa que tirarse al precipicio. Fernanda… la mujer más celosa y posesiva con la que haya salido. No puede verme hablando con una mujer por más de dos minutos, porque se pone como loca. Qué gran capacidad imaginativa tiene para crearse imágenes donde me estoy follando con cuanta amiga tengo. O incluso, se imagina que me cojo a mi auxiliar en la librería. Y no importa que Mariana tenga dieciocho, o que sea lesbiana, Fernanda igual piensa que me la quiero coger porque está morrita. Y ella, que ya se acerca a los treinta, se siente sumamente insegura. Diablos, cualquiera esperaría un poco de madurez de alguien que tiene treinta años. Pero eso es pura fachada. Y ahora que he decidido mudarme de aquí, creo que no me quedará de otra más que aceptar su propuesta. Quién sabe, quizás no llegue a ser tan terrible como lo imagino.
II.
Son casi las dos de la tarde. En unos momentos llegará Fernanda, tomaré mi descanso e iremos a comer. El día ha estado bastante flojo. Sólo han venido unos cuantos estudiantes, y un grupo de turistas japoneses que no compraron nada y solo desorganizaron mi librería. Mariana camina de un lado a otro, siguiendo el caótico andar de los turistas como un rescatista buscando damnificados tras el paso de un huracán. La escucho quejándose del desorden, de los clientes que vienen a curiosear y no compran nada. Me divierte verla hablar sola. El disco de bossa nova que puse está exasperándome. Odio tener esta atmósfera de adulto mayor, pero por ley de la empresa, debemos reproducir los discos que tenemos en venta. Claro que a muchos clientes les gusta, pero ellos no tienen que soportar este martirio todo el día, todos los días.
- Mariana.
- Dígame, jefe.
- Ya me dio asco tanta sensualidad, quita ese disco y ponte lo que quieras.
- ¿Led Zeppelin?
- Date gusto.
Mientras Mariana se agacha para cambiar la música, noto por el rabillo del ojo que Fernanda se asoma por la puerta. No es a primera vez que lo hace. Espera atraparme en el acto. Siéndole infiel con mi asistente lesbiana. Qué ridículo. Giro la cabeza y la sorprendo observándome. Sonríe pícaramente y se escusa diciendo que pretendía asustarme. Sí, vaya susto que una loca me esté espiando. Guardo mis cosas en la mochila y Fernanda le pregunta a Mariana cómo ha estado, si sigue con su pareja y cómo la trato como su jefe. Mariana, que ya sabe de qué va el interrogatorio, responde puras burradas. Se hace la tonta. "Ay, Ricardo es un amor conmigo, me consiente mucho y me trata súper bien." Fernanda sonríe y responde un "qué bueno, si te trata mal me dices para regañarlo" tan hipócrita como le es posible. Ya se cabreó. Me cuelgo la mochila al hombro y le digo a Mariana que saldré a comer, vuelvo a las tres. Antes de salir de la librería con Fernanda prendida a mi mano, Mariana me pide que le traiga galletas "de las que tantos nos gustaron" para tomarnos el café de la tarde. Sé que se divierte haciendo enojar a Fernanda. A mí también me divierte, pero soy yo el que tendrá que pagar por su pequeña broma.
Durante todo el trayecto al restaurante de sushi, Fernanda me estuvo jodiendo con lo que dijo Mariana, el cómo me lo dijo, de seguro le gusto o yo le ando coqueteando. En cuanto llegamos al restaurante le pido que cambie de tema. Que ahora estoy con ella y no tengo interés de hablar de alguien más. Eso la tranquiliza.
Pasando a asuntos de mi interés, concernientes con su trabajo en el periódico, la policía no tiene pista alguna sobre los dos asesinos que tienen atemorizada a la gente de Cuévano. Se piensa que el par compite por ver quién asesina a más personas antes de que la policía los atrape, así como por ver quién acapara más los medios de información. Una lucha de egos que está acabando con la tranquilidad de los cuevanenses. Entre ambos, ya juntan un total de doce cadáveres. "El carnicero del cerro de los leones", y "el estrangulador galante". Vaya nombres que le pone la gente a sujetos así.
Fernanda está de lo más emocionada. El editor en jefe le ha encomendado a ella que se encargue de la cobertura de los asesinatos perpetuados por los psicópatas del bajío.
- Qué estúpida tiene que ser la policía para no poder dar con ese par de idiotas.
- No creas, por lo que he escuchado, los asesinos son muy cuidadosos en no dejar huellas o rastro alguno. Lo único que los detectives encuentran es aquello que el carnicero o el estrangulador dejan a modo de tarjeta de presentación.
- Uy, qué tenebroso. Para mí que solo han de ser un par de retrasados con problemas de mamá.
- Es probable, aunque estoy segura de que no te has enterado de lo que sucedió esta mañana.
- No me he enterado de nada. ¿Qué sucedió?
- Encontraron el cuerpo mutilado de un niño en el lugar donde apareció la primera víctima del estrangulador. Piensan que se trata de un cambio en su modus operandi para confundir a la policía.
- Eso definitivamente no lo sabía.
- Parece que el estrangulador se ha inclinado ahora al abuso de menores.
- ¿Quieres decir que violó al niño?
- Sí, a pesar de que el cuerpo se encontraba en un terrible estado a causa de los golpes y cortaduras, el forense afirmó que había rastros de abuso sexual. No quiero ni imaginarme lo que el pobre tuvo que pasar antes de que ese mal nacido le quitara la vida. Quién sabe qué harán esos lunáticos a partir de ahora.
- A saber… tú solo ten cuidado. Si alguno de ellos presta atención a la prensa, podrían percatarse de que escribes sobre ellos y volverte una persona de su interés.
- No te preocupes por mí, Ricardo. ¿Qué harías si algo me llegara a pasar?
- Busco al responsable y le hago desear no haber nacido.
- Tan lindo que eres. ¿Ya has pensado en mi propuesta?
- Sí, lo he hecho. Acepto, ya no puedo vivir más en ese lugar. Es deprimente.
- Bien, porque estuve investigando, y encontré un departamento fabuloso. Le dije a la dueña que lo ocuparemos mañana que se te venza la renta. Ya he pagado el depósito y la renta del primer mes.
- Parece que ya tenías todo bien planeado. ¿Qué hubieras hecho en caso de que me rehusara?
- Para eso tengo un pañuelo con cloroformo en mi bolsa, cariño.
- Ya estás aprendiendo.
III.
En la ciudad de Guanajuato se siente el miedo, la desconfianza, la incertidumbre. En enero del 2012, un recolector de leña encontró el cuerpo sin vida de una joven a un costado
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