Ya van tres veces de este sueño: yo con una mochila abarrotada subiendo una cuesta de un paisaje con enormes montañas. Tendría unos 10 años y me sentía cansado, pero dos ojos enormes al final me hacían continuar. No llegaba a ver la expresión del rostro pero la mirada me reconfortaba.
Tres veces lo soñé. Hasta que me avivé.
Mi abuelo Juan, era un inmigrante andaluz que había peleado en la guerra civil española. Le decías Franco y el tipo se brotaba. Acá puso un almacén y de eso vivía o al menos eso creía yo. Porque él, sin ninguna necesidad, era el jardinero del club S.O.I.V.A. que quedaba en Punta Chica. Digo quedaba porque ya no tiene el jardín que hacía mi abuelo.
A él lo recuerdo viendo las peleas de Monzón con mi viejo, mirando su serie preferida: Bonanza, peleando con mi bisabuela que vivía abajo y haciendo cosas en su tallercito del fondo. Un día me regaló esas hélices que tirás y salen para arriba en madera tallada, porque era un buen ebanista. Lástima que no pude filmar sus meriendas. Se hacía un tazón de matecocido y cortaba calculo que no menos de tres paquetes de criollitas que tiraba adentro sin que se vuelque nada. No sé como hacía. Y si faltaba su Paso de los Toros agarrate.
Atendeme un minuto que es rápido y viene lo interesante, lo que marcó mi infancia y le dió estos recuerdos procesados que sueño de grande.
Tendría yo 8 años y el me preguntó si quería ayudarlo.
-Abuelo, yo no sé hacer nada!
-Entonces es hora de que aprendas.
Y así, me quedaba a dormir de mi abuela gorda (un personaje para otro relato) y a las 4:30 de la matina, el tipo me susurraba que ya estaba bien de dormir. Me cambiaba y salíamos sin desayunar; él con su bicicleta caminando y yo a su lado con una mochila, te suena?
De Béccar a Punta Chica, a la madrugada caminando, el viejosubici y el nietosumochila. Al llegar al bajo, agarrábamos una barranca muy pronunciada, que le decían barranca negra creo, te suena? Sí ya sé, eran otros tiempos pero la sensación que tenía era de emprender un viaje mágico lleno de misterio y seres extravagantes.
Al llegar al club, entrábamos a un galpón en donde guardaba todas las herramientas y ahí, mi abuelo, el tipo que fue un soldado, el tipo que dejó su tierra para probar mejor suerte, me hacía un mate cocido. Esperá que ahora vuelvo que me entró algo en el ojo.
Listo. El único ser extravagante que conocí fue Vikitor. Le decían así porque se llamaba Víctor y era tartamudo, que hijos de puta. Y también era la mano derecha de mi abuelo, el que ponía la fuerza. Tendría unos 18 años pero yo lo veía de 40. Más bueno Vikitor…
Entonces nos daba las indicaciones de lo que íbamos a hacer, cómo lo ibamos a hacer y de qué manera. Y él, que miraba a las flores y se enderezaban, se encargaba de la pincelada fina. Al llegar el mediodía, teníamos todo cortado y veía la sonrisa bajo su sombrero. Nunca jamás vi un jardín así, tan hermoso. Por supuesto que por ser el nieto del jardinero tenía pileta libre y a la tardecita regresábamos.
Los ojos al final de la cuesta -te acordás que te empecé lo de la cuesta y las montañas y los dos ojos- eran de mi abuelo. Los ojos más azules que ví en mi vida. Y el viejo, a su manera me ayudó de grande a seguir mi camino, tirando muchas de las piedras que llevaba en mi mochila.
Si te fijás en el isologo que diseñé para el estudio (mi mejor trabajo por lejos), aparte de las letras dp vas a ver una cruz (la mochila de piedras que cargué por años) y el palo transversal inclinado (la cuesta de la que te hablo).
Y esto, mi querido amigo/a es todo lo que quería contarte. A la distancia veo esa foto de ambos caminando y me conmueve. Faltaba el perro.
A veces paso por ese club y miro. Y siempre pero siempre que veo un jardín por más lindo que sea miro para arriba y le susurro: "abuelo, a este jardín le falta un matecocido y un par de ojos azules."
@fdelprado |
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