: Los cocos de la Isla de Plata


Nombre*:Noa Veiga
Género*:Microrrelato
Título*:Los cocos de la Isla de Plata
Cuento:
Hoy cuando me he levantado la playa estaba llena de cocos. Hay más de un millón de cocos esparcidos por el desierto con agua.

Es una gran manta de cocos de agua dulce y fresca.

Para andar por la playa tienes que ir saltando de coco en coco. Es divertido.

He bebido más de veinte cocos hoy y creo que aún beberé unos cuantos más antes de que las estrellas aparezcan en el cielo de la mi Isla de Plata.

Llevo muchos años bebiendo arena y sal, con ganas de llevarme algo líquido a la boca.

Desde que me mudé a la isla no había probado los cocos porque estaban muy altos y yo era muy bajita.

Tampoco había podido trepar ni tirar piedras para que cayeran porque Ellos estaban aquí para impedírmelo.

Ellos formaban un círculo alrededor de mi y no me dejaban ir a dónde yo quería.

A veces jugaban a ahogarme y otras veces me soplaban viento helado para que tiritase.


Nunca me atreví a mirarlos a los ojos porque me daban terror.

Sólo sentía su presencia, que era demasiado abrumadora.

Pero todo cambió hace unos días, unas horas y unos minutos.

Creo que las ganas de beber y saborear un coco me llevaron a encararme con Ellos.

Mis labios estaban agrietados, mi piel cortada, me había quedado casi sin pelo y me costaba respirar.

Cuando lo decidí recuerdo que pensé que ya no tenía nada que perder. Que si los monstruos me mataban daría igual, porque ya estaba muerta.

Lo primero que hice fue apretar los puños como diciéndome, ¡tengo fuerza! ¡yo puedo!

Lo segundo fue abrir los ojos, despacio, pero con seguridad (y curiosidad).

Lo primero que vi fue el Mar.

Luego un grupo de moscas pegadas a mi cuerpo.

Me saqué una a una con cuidado (y un poco de asco), creo que llevaban allí demasiado tiempo.

Me sentí mejor una vez liberada de las moscas.

Miré a mi alrededor y no vi a ningún monstruo.

Tampoco los sentí.

Dí un paso hacia delante y no apareció nadie.

Silencio.

Seguí caminando hacia el agua, despacio y alerta.

Nada. Estaba sola.

Sentí el agua fría en mis pies. Delicia. Fresca. Gracias.

Seguí sumergiéndome hasta que me volví feto dentro de la Gran Madre.

Me quedé horas en el agua, meciéndome con las olas, recargándome.

Salí con oro en la piel.

Era la primera vez que me bautizaba. Me gustó que hubiese sido en mi Isla de Plata.

Recuerdo que esa noche antes de dormir oí voces y vi figuras alejarse hacia dentro del Océano.

Debían ser Ellos escapando de la nueva reina de la Isla.

Dormí profundamente, soñando con delfines y peces de colores.

Me desperté cuando un cocó cayó con fuerza en mi pie.

Quebrado dejaba salir un líquido semitransparente con olor dulzón.

Mi corazón empezó a latir. Por fin el elixir soñado. El agua bendita.

Mi coco. Mi cáliz.

De repente, cayeron dos cocos más a un metro de distancia. Y luego otros tres. Y luego unos cuatro más.

Y luego ya no los podía contar con los números de mi cabeza.

Y luego ya eran la manta de cocos del desierto con agua.

Y ya no estaban Ellos.

Y sólo estaba Yo.

Rodeada de cocos de vida. De agua de esperanza.

Y pensar que había pasado tanto tiempo…
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