Publica Tu Cuento: El secreto de Rocío


Nombre*:Federico Cruz Márquez
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Género*:Terror
Título*:El secreto de Rocío
Cuento*:
El "acepto" de la sonriente novia se alcanzó a escuchar por toda la pequeña capilla de aquel pueblo del norte de México.

Los padres del novio no podían sentirse más aliviados y felices con aquel matrimonio; por fin su hijo mayor se estaba casando. Definitivamente no era para menos, pues, justo cuando empezaban a sentirse resignados a tener en casa a un hijo soltero, llegó Rocío, la cual por cierto, no era cualquier chica; era la primera y única novia que Manuel había tenido en su vida.


Manuel era un joven inteligente, amable, noble y trabajador; pero tenía un terrible defecto; era demasiado tímido, además de introvertido, callado y serio. Desde niño, al muchacho le había costado socializar con la gente; en la escuela solo había logrado tener un amigo, a las fiestas solo iba si sus padres o Rocío, lo obligaban a asistir; y en el trabajo, no hablaba con nadie a menos que fuera necesario; de hecho, para ser honestos, su empleo no le exigía socializar demasiado, pues era el encargado de cuidar a los animales en el rancho de su tío Higinio, por lo que pasaba más tiempo adentro de los establos.

Para Manuel, Rocío no había sido nada más que un golpe de suerte.

Rocío y Manuel se habían conocido en una fiesta del pueblo a la que el muchacho había sido llevado casi a la fuerza por sus padres, gracias a un feliz accidente provocado por silla; y desde entonces, Manuel se había ganado el corazón de Rocío sin esforzarse demasiado.


Manuel no encontraba palabras para expresar lo que le había provocado ver aquellos ojos color miel y aquel rostro tan hermoso por primera vez; y, aunque en el momento en que había conocido a la chica no había sido capaz de encontrar un tema interesante con el cual iniciar una conversación; eso no se había convertido en un impedimento para que ellos hubieran podido establecer una relación ya que ella era de esas mujeres a las que les gustaba que las escucharan. Ellos se habían convertido en la pareja perfecta, pues ella solo hablaba y hablaba y él solo tenía que sentarse y asentir con la cabeza como bobo.

Rocío no solo se había ganado el corazón de Manuel sino también de sus padres. Más allá de que Rocío era una mujer amable, agradable y adorable; la joven logró endulzar el corazón de sus suegros, gracias a su historia, en la que ella contaba que recién había llegado al pueblo buscando una nueva vida lejos de su tío abusador.

Ahora que ya estaban casados, su vida ya estaba completa, y lo único que podían esperar tanto los suegros como los novios era mucha felicidad y amor.

La boda fue un gran jolgorio. En cuanto los novios salieron de la capilla, fueron recibidos con aplausos, una lluvia de arroz y felicitaciones que venían de todos lados. La pareja fue agasajada con mucha comida, un gran baile y una banda que tocó toda la noche. Siguiendo las tradiciones del pueblo, los novios hicieron el recorrido de las siete calles de San Juan de los Cerezos acompañados de una tambora y se prepararon varias ollas de mole para todos los invitados.

Si bien la boda fue hermosa y todos quedaron satisfechos, no fue nada comparada con las primeras semanas de los recién casados viviendo como pareja. Para Manuel, esos días fueron un verdadero sueño; el tipo no podía creer su suerte; tenía a su lado a la mujer más hermosa del mundo.

Fueron tantos días y tantas noches las que pasó Manuel flotando en un océano lleno de miel y flores rosadas, que creyó que eso duraría para siempre; que lástima que no estaba nadie junto a él para decirle que ese romance no duraría para siempre…

El principio del fin comenzó mes y medio después de la boda cuando Manuel regresaba a casa después de una jornada laboral. El tipo caminaba a su hogar, pensando en su esposa, quien por cierto, ya se había convertido en una flamante ama de casa.

El joven fue sacado abruptamente de sus fantasías al llegar a la esquina de la calle de su casa. Su mujer estaba platicando en la puerta con un hombre alto y rubio. A Manuel le llamó demasiado la atención aquel hombre, no solo porque jamás en la vida lo había visto, sino por su aspecto.

Antes de acercarse reflexionó un poco. En principio pensó que a lo mejor era alguien nuevo en pueblo, pero eso resultaba casi imposible, puesto que, si hubiera llegado alguien, él ya se habría enterado desde antes de la llegada de la persona en cuestión por medio de sus padres o Rocío. Tampoco podía ser un visitante de otro pueblo porque la población más cercana estaba como a una hora de camino y no era tan fácil trasladarse de un lugar a otro.

Rocío despidió al tipo y esté camino hasta desaparecer en la esquina. Manuel esperó a que su mujer se metiera a la casa deseando que no lo hubiera visto. Esa noche durante la cena, sin siquiera preguntarle, Rocío le resolvió la duda de quién había sido el tipo con el que la había visto platicado en la puerta:

— ¿Qué crees, amor? Hoy conocí a un nuevo habitante al pueblo —dijo ella.

— Ahh ¿Sí? —preguntó él, dándole una mordida a su cuernito.

— Sí, se llama Erick, me lo encontré en el mercado y dice que antier se mudó con su esposa y sus hijos. No me dijo, pero creo que ha de ser menona. Fue muy amable, me ayudó a cargar mis bolsas del mandado; es que ahora si compré mucho. Por cierto que compré chile chiltepín, pepino, limón y camarones para hacerte los aguachiles que tanto te gustan —respondió Rocío.

— Muy bien, deberíamos invitar a Erick a probar tus sabrosos aguachiles —Sintiéndose un poco estúpido, Manuel quedó completamente satisfecho con la explicación de su esposa.

Conforme transcurrieron los días Manuel fue olvidando poco a poco el incidente; todo hubiera podido quedar como una anécdota más de no ser porque un día regresó del trabajo varias horas antes. En aquella ocasión Manuel no encontró a su mujer en casa. Al principio pensó que solo había ido a la tienda por lo que decidió esperarla para cenar y como buen hombre hacendoso alistó la mesa.

Las horas pasaron y ella nunca apareció. Si esta historia hubiera tenido lugar en el 2020, él seguramente le habría mandado un WhatsApp o hecho una llamada desde el celular a Rocío; pero estamos hablando de un hecho que tuvo lugar hace muchos años en un pueblo casi aislado; lo más que podía realizar Manuel era caminar tres cuadras y marcar desde un teléfono público; pero de todas formas no tenía caso hacerlo porque no sabía dónde estaba ella.

Desesperado, Manuel caminó a la casa de sus padres, a ver si Rocío estaba ahí; al no encontrarla, fue a la casa de otros familiares, donde igualmente no consiguió nada; ya en un esfuerzo hizo algo inusual, se animó a ir a la casa de algunos vecinos quienes no le supieron dar razón.

Manuel barajó acudir a la estación de policía o la clínica de salud, pero entonces se le ocurrió que era demasiado exagerado pensar que estaba en dichos lugares.

Ya sin poder hacer nada más, regresó a su casa pensando que lo mejor era esperarla ahí. Preocupado, se recostó en el sillón donde se quedó dormido con la ropa puesta.

A la mañana siguiente lo levantó el ruido de la puerta. Su mujer acababa de llegar a la casa. Normalmente Manuel no solía enojarse con facilidad o si lo hacía, casi siempre se lo guardaba, pero en esta ocasión aparte furioso sentía adolorido y desvelado:

— ¿Dónde estabas…? ¿Dónde… estuviste toda la noche? ¿A… dónde fuiste? Me tenías con el pendiente —el tipo le reclamó entre tartamudeos, los cuales delataban lo mucho que le costaba alzarle la voz a alguien.

A pesar de que la mujer comprendió que había cometido un error, no se intimidó ante la extraña actitud de su marido; en vez de eso, simplemente decidió calmarlo contándole toda la verdad y hablándole suavemente como cuando quería convencerlo de hacer algo.

— Perdóname amor, es que ayer en la tarde, Luisito, el niño del pan me vino a decir que Doña Bertha se había caído frente a la puerta de su casa; fui con intenciones de ayudarla a levantarse, pero cuando llegué ella ya se había puesto de pie. La curé, le di de cenar y luego decidí quedarme a acompañarla toda la noche, porque bueno… ya sabes que esa pobre mujer siempre está sola.

Manuel se tranquilizó al escuchar las palabras de su joven esposa.

— Ahhh ¡Pobre mujer! Pero ya está bien ¿No?

— Sí. Vieras, en realidad lo fuerte que es, a pesar del trancazo que se dio, hoy se paró temprano a desayunar.

La señora Bertha; la ex-maestra y anciana más ermitaña y gruñona de todo el pueblo, no era muy apreciada por la comunidad; no por su pasado como educadora, sino por su mal genio; incluso a Manuel, quien siempre había sido uno de sus pocos consentidos en las clases, no le caía tan bien. A pesar de todo, él se sentía agradecido por tener una esposa de buen corazón. Desde que se conocían, Rocío siempre se había preocupado por apoyar a los desamparados de su comunidad.

— Me da harto gusto que seas de buen corazón. Solo que la siguiente vez avísame. Ayer te fui a buscar a todos lados y jamás se me ocurrió que podías estar ahí —Manuel sonrió.

— ¿Fuiste a buscarme? —preguntó ella.

— Sí, y luego te esperé aquí —dijo él, señalando al sillón.

— Ohh…Te quedaste esperándome. Te hubiera venido a avisar ¿Me perdonas? —ella se acercó, recargando la cabeza en el pecho de Manuel; ambos se abrazaron tiernamente.

Después de ese incidente con Rocío, la vida rutinaria de la pareja volvió casi a la normalidad; excepto que ahora la esposa se ausentaba algunas noches para ir con la señora Bertha.

La nueva y tranquila rutina no duró demasiado…

Una noche, Manuel fue despertado por unas voces provenientes de la entrada de su casa. Al darse la vuelta en su cama se dio cuenta de que su mujer no estaba junto a él.

Con mucha cautela, el Manuel se acercó lo más que pudo a la puerta, la cual estaba entre abierta; su mujer estaba parada afuera platicando con alguien…

— ¿Tu marido sospecha algo? —preguntó la voz profunda de un hombre.

— No por supuesto que no… y será mejor que dejes de venir a cada rato, sino si se va dar cuenta —dijo Rocío.

Manuel se quedó congelado donde estaba sin lograr alcanzar a verle la cara al hombre con el que hablaba su mujer. De pronto se preguntó con quien hablaba y que era eso de lo que no debía saber.

— Por favor, sabes que esté no es lugar para hablar de esto; veté —dijo ella. La otra persona no contestó. Manuel reaccionó cuando sintió que la puerta se abría. Rápidamente, pero tratando de no hacer ruido, corrí-caminó hasta el cuarto y se tiró en la cama. No pudo volver a dormirse; la voz del tipo no dejaba darle de vueltas en la cabeza.

Los siguientes días fueron una tortura para Manuel. Poco a poco una idea horrible fue gestándose en la cabeza de muchacho; él no quería creerlo, ni pensar mal de su esposa, pero de repente ya no encontraba otra explicación...

Las cosas se complicaron aún más, una mañana de fin de semana cuando varios habitantes del pueblo fueron a tocar la puerta de la casa de la pareja. Manuel se encontraba solo porque su mujer aún no regresaba de casa de la señora Bertha, donde había pasado la noche.

En la entrada aparecieron; Don Luciano, el barbero del pueblo, y su esposa Augusta, quienes vivían enfrente; Armando, el director de la escuela primaria; y Doña Margarita, la chismosa del pueblo, y su esposo José.

— Buenos días —saludó amablemente Manuel.

— Buenos días —saludaron los vecinos a coro.

— Disculpa que te moleste tan temprano Manuel —dijo Don Luciano.

— ¿Qué desean? —preguntó Manuel.

— Lo que pasa, es que el día de ayer tuvimos un problema con tu mujer —comentó Don Luciano. Su esposa y el director Armando asintieron con la cabeza.

— ¿Un pro…blema? ¿Qué sucedió? —preguntó nuevamente Manuel.

El director se le adelantó a Don Luciano, y tratando de calcular sus palabras, dijo:

— Lo que sucede es que la noche de ayer, tu esposa y sus amigos estuvieron haciendo mucho escándalo enfrente de donde Don Luciano y yo vivimos. Normalmente no tenemos problema con que se reúnan en la calle; pero honestamente ayer no nos dejaron dormir…

— Sí… —intervino Augusta, la esposa de Don Luciano, y cuando les dijimos que se fueran… me rompieron una ventana…

Manuel se quedó frío. Lo primero que se le vino a la mente es que no hablaban de su esposa o que se habían confundido, luego recordó a su mujer platicando con ese hombre extraño.

— Por favor —volvió tomar la palabra el director—. Tú sabes que queremos mucho a tu familia y que no queremos hacerles ningún daño, pero si vuelve a pasar eso, vamos a tener que llamar a la policía —al ver la cara de desconcierto de Manuel, el director comprendió de inmediato que el joven no sabía nada del asunto, por lo cual le lanzó una mirada culpable y le dio unas palmadas en el hombro.

— Por favor, también dile a tu mujer que deje de robarse mis gatos —comentó Don Luciano.

El director, Don Luciano y Doña Augusta dieron la vuelta y se fueron en silencio.

Doña Margarita, se acercó a Manuel:

— La verdad yo no quería decirte esto… pero ya van varias veces que vemos a tu mujer con el menona ese que acaba de llegar del pueblo… bueno… con varios hombres, pero…

— Por favor Margarita, ya basta, no seas imprudente —Don José, el marido de Doña Margarita, regañó a su esposa.

— Pero es que él debe saber que ya van varias noches que vemos a su mujer caminando por la noche con varios hombres, por la calle…

— ¡Por favor Margarita! —Don José volvió a regañarla—. Ashh… nunca me dejas contar nada…

— No se me agüite —dijo Don José, dándole palmadas en el brazo a Manuel. Acto seguido, se fue con su mujer dejando a Manuel con la cabeza llena de preguntas.

Manuel se metió sin poder dar crédito. Si su mujer estaba haciendo todo eso… si ella lo estaba engañando, entonces ya no tenía idea de quien era ella.

Rocío regresó más tarde. A pesar de todo, Manuel logró mantener la compostura, fingiendo que no pasaba nada.

A partir de ahí, cada vez que Manuel se quedaba solo, se ponía a dar vueltas pensando que debía hacer; había veces que deseaba olvidarlo todo, otras se le daba por pensar que sus vecinos eran unos chismosos malvados; a veces también le daban ganas de hablar con su esposa, y en algunos momentos lloraba frente a la fotografía de Rocío, preguntándose porque tenía que pasar eso. Se cuestionaba en que había fallado si siempre había sido un hombre caballeroso, noble, amoroso, buen proveedor, y bueno en la recamara.

Manuel no podía de dejar de torturarse; un día, simplemente, en su desesperación, revisó el closet de Rocío para ver si tenía algún objeto que delatara la infidelidad de su mujer. Al principio no encontró nada más que libros con símbolos extraños, pero luego se topó con una cajita llena con fotografías; había fotos de él, pero también de otros hombres. Eso fue un enorme golpe para Manuel.

Tuvieron que pasar muchos días para que por fin Manuel se armara de valor y tomara una decisión.

Hubo un momento en el que Manuel dijo: ¡Ya basta! ¡De mi nadie se burla!

Con mucha furia y determinación, el joven decidió atrapar infraganti a su mujer…

Su primer intentó por destapar la infidelidad de su mujer no tuvo éxito. Una de las noches en las que sabía que ella no iba a estar en casa, al salir del trabajo, en vez de caminar hacia su hogar; fue a buscarla por todos lados; fue a la plaza, preguntó en por ella cada casa. Se dirigió a las calles más lejanas y solitarias, a los edificios abandonados, a la comisaría, a la clínica; incluso a la morgue y al el panteón. Cuando pasó por la cantina, fue recibido por el dueño con mucha extrañeza.

— ¿Qué hubo mi buen? ¿Qué te trae por aquí?

Manuel no le prestó atención, simplemente echó una mirada disimulada al lugar y se dirigió a la salida.

— Te puedo asegurar que ella no está aquí… Si me aceptas un consejo mi buen; deja de buscarla. Cada mujer tiene sus secretos y a veces es mejor no descubrirlos.

Manuel fingió no escucharlo y salió con el aire frío pegándole en la cara.

El segundo intento de Manuel por descubrir a Rocío fue diferente. Una noche por casualidad, el joven sintió como su esposa se levantaba y salía de la casa. Con el corazón latiéndole a toda prisa, el joven la siguió sigilosamente.

Manuel caminó tras ella escondiéndose entre los árboles. Al llegar al final de la avenida principal del pueblo vio como ella se metía por un estrecho camino de grava.

A pesar de que al muchacho se le hizo extraño que ella tomara ese camino ya que este conducía hacia las Cuevas de Rosales, él estaba empeñado en llegar hasta el final con su proyecto, por lo que continuó con paso firme detrás de su mujer.

La Luna iluminaba débilmente los gigantescos montículos que roca que se alzaban en el horizonte como monstruos silenciosos esperando a su presa. Manuel escuchaba sus pasos sobre la grava y el silbar del viento, el cual movía las ramas de los árboles y lo hacía tiritar.

Manuel tuvo que tomar aire cuando vio a Rocío metiéndose en uno de los gigantescos agujeros en la pared de roca, los cuales marcaban la entrada a una de las cuevas. Recordó que de niño, a los chicos de la escuela les encantaba meterse ahí a jugar; en cambio a él le daba mucha claustrofobia.

Aun de adulto todavía le daba miedo entrar, no solo por la claustrofobia, sino por los potenciales animales que podían estar esperándolo del otro lado; sin embargo, se animó mismo diciéndose que si Rocío se había metido sin problema, él también podía hacerlo.

Entró en un túnel oscuro. Varias veces se sintió tentado a regresar, pero la vergüenza de sentirse como un idiota fracasado lo empujó a arriesgarse a avanzar.

Después de dos minutos caminando en la oscuridad, con la respiración acelerada, alcanzó a divisar a lo lejos una pequeña luz. Con mucho alivió se movió rápidamente hasta aquel destello anaranjado que no era otra cosa que el fuego de unas antorchas empotradas a la pared de piedra. Las antorchas estaban inclinadas ligeramente, como si fueran flechas señalando la dirección hacia un punto importante. Manuel siguió aquella ruta hasta la entrada de una enorme cámara. Lo que encontró del otro lado fue algo que más nunca en su vida pudo olvidar…

En el piso del centro de la cámara estaba tallado un enorme pentagrama invertido; alrededor de dicho pentagrama había reunidas en círculo cinco personas, cada una de ellas colocada encima de los picos del símbolo satánico. Todas las personas llevaban largas túnicas negras con capuchas y máscaras que ocultaban sus rostros.

Manuel se encontraba escondido detrás de una enorme piedra; desde ahí, pudo ver como entraba un individuo alto cargando un bebé envuelto en sábanas el cual lloraba y se retorcía entre sus mantas con fuerza. El tipo se puso en el centro del círculo, dejando al infante en el suelo; enseguida, las personas a su alrededor se quitaron las máscaras y las capuchas mostrando sus rostros. Manuel tuvo un fugaz pensamiento feliz al darse cuenta que no conocía a ninguno de esos individuos.

El hombre del centro también se retiró la máscara, revelando que se trataba de Erick, el hombre rubio que había visto platicando con su mujer hace tiempo.

Erick gritó una palabra extraña, sacó un cuchillo y se lo clavó al bebé, quien de inmediato dejó de llorar. La sangre de aquel pequeño fue esparcida por el pentagrama y los hombres del círculo repitieron con más fuerza aquella palabra. Manuel estuvo a punto de correr chillando de miedo, pero entonces escuchó una voz muy familiar detrás de él.

— Hola mi amor. Me da mucho gusto verte ¿Encontraste lo que buscabas?

Manuel se dio la vuelta. Ahí estaba Rocío, vestida solo con una bata negra abierta que mostraba sin empacho su bello cuerpo, sosteniendo un enorme cuchillo y mirándolo con esos ojos tan hermosos color miel, los cuales aún seguían hipnotizándolo.

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