Cuento*: | Frank Slorah era compositor y contrabajista de la banda de Jazz "The Slorah-Wadlow Band" en Londres, Inglaterra. Frank hacía reír al tiempo en realidad, pues el agua turbia parecía más el reflejo de su rostro que viceversa y sus ojos parecían carbón bajo un portal que dirigía a la tristeza. Todas las noches apenas la luna asomaba su rostro, se presentaban en la antigua Taverna Cutty Sark a la Orilla del sur de Támesis en Greenwich. Debido a la impresionante forma de ejecutar su instrumento, atraía diversidad de espectadores, transmitiendo emociones indescriptibles. "Las palabras sobran si la música existe", esa era su respuesta a tan fascinante forma de ejecutar su instrumento. Frank padecía de un complejo de misantropía, y no había día que no luciera fatigado, somnoliento, absorto. Cabe mencionar que a pesar de su condición estruendosa, solo un joven confesó admiración por su trabajo. Albert Overland, de estirpe caucásica y de al menos veinticinco, con una curiosidad formidable, comenzó su amistad con Frank cuando el Pianista en turno fue despedido por diferencias creativas (¡Sí, Claro!), eso dejó una vacante en The Slorah-Wadlow Band. Arduas evaluaciones iban desapareciendo a los nuevos aspirantes, pero Overland era aguerrido, el joven derrochaba de sí un extremo esfuerzo para permanecer, incluso provocando tal malestar emocional que lo había hecho reconsiderar si mandaba todo al carajo para no volver, sin embargo, después de dos años de intentos, Albert se convirtió en el pianista oficial de la banda. El viejo contrabajista tenía fama de engendro, pero en el fondo, como todo buen maestro, solo quería perfección y constancia en su alumno. Aunando esto a lo anterior, la razón absoluta de su compañerismo era la maestría que el joven estaba por concluir, a decir verdad, era la materia que profundizaba en sus pláticas, pues aparte de ser un excelente músico, el anciano había practicado la neurociencia, a modo que la pasión del joven por dicho campo, orillaba al viejo a compartir parte de sus experiencias. Cada noche al finalizar los eventos, Overland invitaba un trago a Slorah y este lo aceptaba, por obligación, cabe recalcar. Sin embargo, aun con su relación Maestro-Alumno, Albert no cruzaba la línea tajante que era la privacidad de su compañero, pues la evasión del viejo era lastimosa cuando el joven trataba de abordar el tema, como si se tratara de un objeto punzo-cortante en manos de un desdichado y para su infortunio, el joven era el apuñalado dejando un hueco en su costado lleno de dudas. Una madrugada, al terminar el show, Albert pide a Frank asilo por razones "familiares", era claro el egoísmo de este por las dudas que le carcomían y las quería resolver de una vez por todas. El señor Slorah lo miró con aversión, pero después de un pequeño conflicto interno, no le quedó más que decir sí, empezando así el recorrido a pie. Cuarenta y cinco minutos después, al aproximarse a una antigua casa lujosa estilo barroca, el viejo apresurado de un paso largo logra ponerse frente a su discípulo para condicionar la pequeña estadía. Una vez dentro, el chico queda perplejo al mirar una colección magnifica de cosas longevas, ciertamente se sentían aires a aquel cuento de Stevenson, solo que en esta ocasión, él no asesinaría al anticuario. - Bueno, Aquí estamos –le dice Slorah con seriedad-, no oses en husmear mi morada que no encontraras más que el humo de mi puro y una que otra botella vacía. - Para nada maestro –replicó Albert-, lo único que quiero es juntar mis parpados que aclaman desde hace rato cerrarse aunque sea por un rato. - Ahí, tras ese gabinete hay una pequeña vitrina –le dice Frank-, si gustas algo de beber, puedes tomarlo, hay una variedad de botellas. - Gracias maestro –Concluye Albert- . El anciano con paso pesado sube peldaño a peldaño hasta llegar a su alcoba. Como todo buen explorador, Overland se apresura a tomar asiento en el sofá, mirando la mansión con bastante asombro, la curiosidad de aguda frecuencia afilaba el corazón del muchacho, así que sin pensarlo más, se levanta y comienza a indagar por todo el lugar. Entre todo lo que a Overland le cautivaba, destaca la foto de una joven de piel morena igual a la canela, ojos enormes de un hermoso color cedro y unos labios preciosos (bastantes preciosos), al reverso del retrato, un pequeño poema: "En tu compleja simetría Se impacientaba un gran virtuoso No podía plagiar las líneas Que distinguen a tu rostro. Tierra fértil es exacto reflejo De tu encantadora piel morena Agua dulce tu saliva Directa de su colmena". Al terminar de leer, se percata de que arriba, donde se encuentra el abuelo Slorah, comienza a escucharse alboroto, creado quizá por brotes de ansiedad, sin pensarlo dos veces y para no perder su amistad, el muchacho deja la fotografía y corre lo más que puede hacía el sillón, se acuesta y toma una sábana que está a un costado. Efectivamente y en una situación preocupante , el viejo baja sigiloso y abre la puerta de color sepia, lleva consigo su contrabajo y un papel enrollado parecido a un pergamino, antes de cerrar la puerta observa al chico, como para cerciorarse de que no estuviera despierto, mira al techo, abre, entra y cierra la puerta. En un intento por volver a sentarse, el joven comienza a sentir sensación mareo, como si se hubiese embriagado con Bourbone, la casa cambia de color y de un momento a otro experimenta un intenso escalofrió, la infraestructura comienza a lucir desgastada y su mente empieza a jugarle trucos, una voz suave le murmura pero él no puede entenderla, temeroso ve la casa derrumbarse encima de él, su vista se distorsiona, las cosas se comprimen y se alargan, los libros sueltan sus hojas y vuelan cuan pájaros en un viento repleto de polvo, su corazón baja la velocidad en sus pulsos y es como si se parara el tiempo, pero a la vez se halla en una escena entrópica y lo único que guarda en orden es su consciencia. El viejo sale de su estudio con una partitura nueva, junto a una mujer bellísima, deja las las hojas en el sofá y mira a Overland con una sonrisa poco común, Albert al no poder moverse cierra los ojos y en un parpadeo esta frente a un piano de cola, con una partitura frente a él, confundido las toma posicionándolas en orden, aun incrédulo de la situación y comienza a transformar cada nota en una fina melodía que al pie de página lleva por nombre "Chica Solitaria". La mujer toma su Flauta, Frank su contrabajo, mira al chico con ojos risueños y después de una pequeña reverencia con la cabeza, ejecuta su última nota… Overland abre los ojos, su pupila se contrae, el lugar parece estar tranquilo, rodeado de un silencio profundo y una luz que pinta las nueve de la mañana. Atónito y a lentitud se levanta del sillón, confundido pero a la vez obstinado por no terminar de asimilar que solo haya sido un sueño. Camina hacía las escaleras y sube rápidamente hasta llegar a la puerta de la habitación del anciano, toca en repetidas ocasiones pero este no atiende, con cautela abre pero el viejo no se encuentra, sale de la habitación y comienza a bajar presuroso dirigiéndose a la puerta color sepia, toca tres veces, pero tampoco se escucha actividad, abre la puerta y se percata que es un pequeño estudio de grabación. Un instante en el lugar le vale para que las facciones de su rostro comiencen a temblar, quedando completamente pálido, siente su pecho hervir como el primer trago de aguardiente al pasar por la garganta, pues en la esquina de un escritorio ve el cuerpo derrumbado del viejo, apresurándose a él para socorrerlo, le toma el pulso dedos a la yugular pero no hay, al observar sus manos, se percata de una pequeña partitura con la leyenda "Chica solitaria" y en letras muy pequeñas al inferior, una leyenda: "Ya no lo estás". Con total consternación, voltea la mirada de un lado a otro, con el cuerpo del anciano en sus brazos, hasta fijar su vista a una de las paredes del estudio donde un periódico que luce desgastado dice: "Fatal accidente vial despoja de la vida a la Señorita identificada como Madelein Wadlow, famosa Flautista de 26 Años de edad; iba acompañada de su esposo identificado como el Dr. Frank Gideon Slorah, ambos integrantes de una reconocida banda de Jazz, este último grave y trasladado al hospital por los cuerpos de rescate..." Al terminar de leer el rotativo, el discípulo del músico ahora finado, suelta el llanto, se dirige a un piano viejo que está en la sala, después de afinarlo se sienta en el banquillo, coloca la partitura y como tratándose de un deja vú, ejecuta una bella armonía, uniendo su talento a dos almas eternamente enamoradas, revelando así, el Secreto del Contrabajista. |
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