: La pequeña Missi

Nombre*:Elia G. Durán
Género*:Fantástico
Título*:La pequeña Missi
:Mientras caía el viento sobre los viejos árboles de otoño, Missi silbaba su canción favorita; en sus pequeñas alas notaba como se acercaba la tormenta, ¡no quería que su vestido nuevo se mojara!

Pequeña Missi la llamaban, y en verdad ella era realmente pequeña, pero también Missi era la más dulce y bella de todas las hadas del bosque. A Missi le gustaba pasear, cantar y jugar con los animales: cuando no volaba sobre una preciosa golondrina, jugaba en la madriguera con sus amigos los conejos. Missi siempre estaba feliz y por eso su voz inundaba los valles y hacía crecer las flores, por muy secas que estuvieran sus raíces.

Cuando batía sus alas todos los bebes del mundo reían, y cuando era ella la que acariciaba el viento con su risa, todos los niños y niñas del mundo dormían tranquilos.

Aunque la pequeña Missi era querida por todo el que la conocía, ella siempre volaba sola, porque era mucho más mágico; cuando los demás seres del bosque la hacían reír, no podía concentrarse en la belleza de las hojas de los árboles o en lo fresca que estaba la hierba en las mañanas de primavera, por eso hoy, siendo su cumpleaños, había decidido marcharse a ver la Luna sola.

Le habían regalado un montón de cosas: semillas de frutos silvestres, de flores, tierra de la cima de la montaña del valle, agua pura del manantial y un vestido nuevo hecho de pétalos de lirios blancos. ¿Cómo iba la pequeña Missi a esperar otra Luna como ésta para estrenar un vestido tan hermoso como éste? Estaba ansiosa por ver cómo los rayos de la Luna incidían en los pétalos blancos, haciéndola parecer la princesa de todas las hadas del bosque.


Emprendió el camino, siguiendo la suave brisa a su antojo, hasta llegar a una enormísima pradera que, aunque en la mañana era verde, cuando se veían las estrellas, era de un azul pálido. La lluvia empezó a caer sobre sus suaves mejillas, Missi no lo sintió. De repente creyó recordar un pequeño claro, cerca de un riachuelo que estaba no muy lejos de donde ella se encontraba y pensó que sería un sitio perfecto para bailar bajo el manto de estrellas. Cuando llegó allí estaba tan feliz que no le importó mojar su precioso vestido y comenzó a bailar bajo la llovizna que no hacía sino aumentar. Aumentó tanto que las hojas secas de los viejos árboles caían y caían silbando con Missi, y con el viento que cada vez se hacia oír con más intensidad. Un espantoso estruendo hizo que Missi frenase sus pequeñas piernas y mirase a su alrededor, "¡Oh, no!" exclamó, viéndose por primera vez en su pequeña vida temblar, "¡los árboles están muriendo!" Todos los árboles rechinaban, se partían y finalmente caían fuertemente contra la tierra, "¿qué puedo hacer yo?" Pensó la pequeña hadita. No podía pedir ayuda a nadie, ¡todos estaban en su fiesta! "Y si los árboles mueren, ¿cómo vivirán las hadas?", comenzó a llorar sin remedio, brotando de sus ojos miles y miles de lágrimas, "¡pobres árboles, quiero salvarlos!". Tanta pena sentía por sus amados árboles, que no vio cómo ellos no eran los únicos a los que el viento hacía volar y bailar alrededor de ella y en su diminuta ala izquierda fue a clavarse una astilla, invisible incluso para el ojo del hada más sagaz.

Sintió tanto dolor que cayó al suelo y quedó tendida sin poder mover ni un ápice de su cuerpo; primero sus ojos y su mente empezaron a nublarse confundiendo los sonidos que estallaban a su alrededor con sus miedos y deseos, sus pequeños brazos y piernas se dormían lentamente mientras se enfriaban y palidecían, sus pequeños dientes tiritaban y sus alas se marchitaban: la pequeña y hermosa hada moría.
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2 comentarios:

  1. Hasta que de repente del mismìsimo haz de luna que la invadìa brotaron fuertes ràfagas de làtigos de acero. Las mismas fueron golpeando fuertemente al delicado cuerpo al punto de envolverlo en una sàbana sedienta de vida. "El hada de acero habìa nacido".

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  2. Me temo que no se puede hacer nada por la pobre Missi... Gracias por tu comentario!

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