Cuento*: | Una casa de barrio de clase media trabajadora, de esas que se estiran, se inflan como un globo para recibir a los afectos, para compartir lo que hay y lo que falta también. En mayo el globo se agigantaba. Era el cumpleaños de papá. La mesa se extendía, aparecían las sillas guardadas en el galpón. Él presidía la mesa. La abuela Rosa, los tíos, mis hermanos y yo. Esperábamos ese día con ansiedad. A escondidas, y con la complicidad de mamá, habíamos garabateado corazones temblorosos y letras recién aprendidas en una cartulina blanca. Habíamos vaciado la alcancía para comprar el regalo, una chuchería que nos llenaba de orgullo. Era el fruto de caramelos no saboreados, de vueltas en la calesita que no habíamos girado. Voces, risas. El teléfono sonaba y hacía llegar los saludos de los que estaban lejos. Luces. El mantel con manchas y migas. Platos a medio vaciar y la sonrisa de papá, esa sonrisa que le achinaba los ojos y le fruncía la nariz. Satisfecho, celebrando un año más y también todo lo que había cosechado en su vida: familia, hijos, amigos. Las luces están apagadas. La abuela ya partió. La mesa no necesita extenderse ni el globo hincharse. Silencio. Es mayo y es el cumpleaños de papá. Sentados alrededor de la mesa papá, mamá, mi hermano mayor y yo. Ya no importa el lugar. Un lugar vacío. El menor de la familia hace algo más de un mes que partió vestido de verde, guiado por una mano embriagada de poder y con el miedo como único equipaje. La tarde transcurre como todos los días y noches desde que se lo llevaron a la isla, a una guerra que sus apenas 18 años no entienden Nosotros nos apoyamos unos a otros para sobrevivir al dolor, para soportar la zozobra. No aparecen garabatos ni alcancías vacías. La sonrisa satisfecha de papá se ha convertido en una mueca de impotencia y sus ojos a menudo se nublan. Su mirada trasmite la pregunta a la que ninguno halla respuesta: ¿por qué ? Cuatro tazas de té a medio terminar. Un plato de galletas sin probar. Algunas visitas que pasan a saludar, unos minutos, nadie se atreve a desear felicidad. El timbre del teléfono sacude el silencio opresor, por un momento nos saca de nuestros pensamientos oscuros. -Atendé vos - me dice papá. -Hola, hola ! El temblor recorre mi cuerpo, la mano que sostiene el tubo se aferra a él con desesperación temiendo que sea un sueño, que despierte. Atino a desplomarme sobre una silla cercana imposibilitada de sostenerme de pie. ¡Esa voz ! La que tantas veces temí no volver a escuchar. -¡Hermano! -grité con un grito que salió del corazón, atravesó la garganta y recorrió la casa. -Si, si ! Soy yo. Estoy en el continente. Herido, pero bien. No puedo hablar mucho. Vuelvo a llamar mañana. Decile a los viejos que los quiero y a papá: feliz cumpleaños. Y el globo se comienza a inflar, las alcancías se llenan de monedas, el mantel de manchas y migas. La cartulina inmaculada se despliega sobre la mesa, cuatro pares de manos temblorosas de emoción garabatean: ¡Vive ! Las lágrimas corren la tinta. |
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