Cuento*: | Un suspiro desde el fondo de su alma hizo despertar a aquel chiquillo. La luz roja palpitante del reloj le hizo voltear para saber la hora, marcando las tres y doce de la mañana. Su cuerpo sudoroso le hizo recordar del calor extenuante que estaba sometiendo a toda la ciudad, y que estaba provocando desasosiego a los habitantes al registrarse en los termómetros temperaturas récord. Sin embargo, su cuerpo no lo sentía así realmente era todo lo contrario, era acogedor. Una confianza sobrenatural crecía en su interior. Se levantó de su cama y caminó con parsimonia hacia la puerta mosquitera que dirigía al patio de su casa. Los grillos cantaban armoniosos en cada rincón oculto del césped creando un concierto nocturno fascinante. La barda de block lucía resplandeciente, de un color plateado, iluminado por una luna llena majestuosa que saludaba imperiosa al paisaje terrenal. Los alambres del tendedero se bamboleaban como hamacas por el viento cálido, velando el sueño de las horquillas que dormían exhaustas después de haber tenido un día extenuante de trabajo. Quedóse contemplando embelesado aquel paisaje por unos minutos. Su alma lo impulsó a sentirse parte de ello, y quitando el pasador de la puerta salió al patio. No se daba cuenta que estaba semi desnudo, con sólo una trusa blanca con uno o dos agujeros debajo del resorte. Su vista la dirigió hacia aquellos encinos que gobernaban las alturas del parque de la colonia, y motivado por una valentía divina, dobló las rodillas en un ángulo exacto para luego realizar un impulso que lo hizo elevarse hacia el cielo llevándolo hasta la copa de aquellos árboles, para quedarse suspendido a lado de ellos. Su corazón palpitaba diferente, ya no era normal. El pequeño estaba gozoso, pero no sorprendido; algo en lo profundo de su mente le recordaba que ese momento habría de pasar en un futuro. "Sera que puedo…" – decía mientras miraba retadoramente la cúspide del Cerro de la Silla. Contrajo su cuerpo fuertemente en el aire para luego extenderlo direccionándolo hacia aquel monte, comenzando a volar velozmente, pero en segundos calló frenético hacia la acera, y a siete metros de estrellarse cerró sus ojos y gritó con una angustia mortal. Quedóse suspendido en el aire a dos metros de distancia del piso. Su instinto lo hizo impulsarse devuelta hacia su casa, pero nuevamente caía estrepitosamente, y llorando de agonía aterrizó finalmente con alivio en el techo de una casa. El chiquillo lloraba aterrorizado, apoyando su cabeza en las rodillas con sus brazos abrazando sus delgaditas piernas. El ruido de los golpes de unos tacones de una dama interrumpió su llanto, y después de controlar un poco su agonía decidió asomarse. Vio con consuelo que una bella joven caminaba por la calle, pero su instinto lo hizo mirar a varias cuadras, y se dio cuenta que un auto venía descontrolado a alta velocidad en dirección hacia ella. La capacidad de su mente se transformó anormalmente y decidió gritarle a la chica, ¡Cuidado! La mujer se alertó y subió rápidamente a la banqueta librándola del descontrolado auto que pasó muy cerca de ella. El pequeño niño se reconfortó de haber podido ayudar a la joven. Su confianza crecía otra vez sobrenaturalmente haciéndole impulsarse vigoroso hacia el cielo desplazándose por el aire. El gozo volvía su corazón y decidió dirigirse a su casa, pero el impulso terminaría haciéndole caer frenéticamente al vacío. La agonía de su corazón actuó y lo hizo estabilizarse lo suficiente para aterrizar en el techo de una residencia. El infante meditaba desconcertado sentado en el pretil con sus brazos abrazando sus delgadas piernitas: "No vuelo sólo salto. Tengo un poder a medias…" De pronto el sonido de una musiquita con la canción del inicio del programa del Chavo del ocho interrumpió su meditación. El origen de la musiquita provenía del patio de esa residencia. Saltitos (así se hacía llamar en su meditación) se dirigió a la orilla del techo con mucha cautela. Se daba cuenta que la musiquita era un tono de llamada que provenía de un celular de un hombre misterioso que paseaba por el patio fumándose un cigarrillo. Después de varias llamadas el hombre contestó: - ¡No tarden mucho o mato a su hija! – gritó enardecido el hombre para luego entrar súbitamente a la residencia. En segundos volvió a salir con una niña aterrorizada y llorando desconsolada, para luego colocarle el celular cerca, para que la escucharan las personas quienes llamaban. El corazón de Saltitos latía anormalmente, volviéndole la confianza sobrenatural. Su mente se transformaba y se daba cuenta que estaba a unas pocas cuadras de su domicilio. Se impulsó hacia el cielo y logró volar por unos segundos aterrizando luego en el patio de su casa. Entró por la puerta mosquitera de su cuarto y cogió el teléfono que estaba en la sala y llamó al 911, para informarles todo lo que había visto y oído y dándoles la ubicación de la residencia de aquél cruel hombre. En pocos minutos se oyeron las sirenas de varias patrullas, despertando a sus padres quienes se dirigieron de inmediato al cuarto del pequeño para abrazarlo y protegerlo; pero su hijo repetía continuamente: "¡No se preocupen todo va a estar bien! ¡No se preocupen todo va a estar bien...!" |
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