Era agosto, un mes donde el árbol crespón brotaba sus flores rosas enramadas que adornaban las banquetas de las casas de la colonia, bendecidas de familias cariñosas que revelaban niños amorosos y obedientes, que se agachaban gustosos esquivando las ramas cuando iban y volvían de la escuela. En una de estas casas vivía Laureano, un niño obeso pero muy inteligente y conservador, que tenía una mamá sonriente y generosa, que todos los domingos le ordenaba amorosamente que regara su preciado árbol muy temprano en la mañana para que aguantara las extenuantes temperaturas caniculares del verano. Se acercaba el inicio de clases y con ello la finalización de todo viaje vacacional, de todas las clases de verano, de todo torneo infantil deportivo, y de toda convivencia amistosa. Nuestros corazones se entristecían cuando llegaba cada atardecer. A Laureano no le afectaban las vacaciones, y que yo recuerde nunca las tuvo. Cuando terminaba el período escolar trabajaba con su madre en una pastelería. Ya adornaba con cautela un cilindro betunezco, que admiraba embelesado con cada chopito de betún que salía del dispensador, mientras su tía le animaba pacientemente para que terminara de adornarlo. Ya embolsaba sonriente las galletas de nuez que surtía de una gran bandeja azucarada, y que terminaba anudando después de contar las doce galletas correspondientes. Ya moldeaba la masa para realizar figuras de todo tipo, desde cualquier animal hasta una que otra figura de caricatura. Esto era lo que más disfrutaba. Hubo una vez que realizó una casi perfecta figura de Remi, aquel niño gitano de aquella famosa caricatura, que era acompañado de sus caninos y de corazón alegre, el mico sensación que en muchos capítulos nos cautivó. Laureano era un niño muy generoso como su madre, pero no tenía amigos, solamente a Memo, un niño muy humilde y enfermizo que vivía a cuatro casas de su vivienda, donde vivía con su madre que trabajaba también en la pastelería. Laureano compartía sus monitos de He-man con Memo, desde el maguito Orco hasta el castillo Grayskull. Eran amigos inseparables. Pero ese mes de verano fue diferente. Laureano no visitaba la pastelería, se pasaba el período vacacional encerrado en su casa viendo caricaturas y jugando de vez en cuando con Memo. Estaba triste, quizá porque su madre ahora tenía un compañero de trabajo muy amigable que le ayudaba económicamente con las necesidades del hogar. El padre de Laureano había muerto hacía tres años en un accidente automovilístico. El primer año fue muy difícil para él y su madre, porque su padre sustentaba económicamente todas las necesidades del hogar, ya que su madre se dedicaba a las labores domésticas. Pero gracias a la ayuda de su tía Rosenda comenzaron poco a poco a mejorar sus vidas, al darle a su madre un empleo en la pastelería. Al principio fue difícil para Laureano adaptarse a trabajar en las vacaciones con su madre y su tía, pero el amor de ellas hacía cubrir la herida de su tierno corazón. A dos semanas de que concluyera el mes de agosto, Laureano visitó la casa de Memo para jugar con él, pero no se encontraba solo, lo acompañaba su primo Jimmy. Un niño impetuoso y valiente que realizaba cualquier tipo de osadía, desde ir a un monte a cazar lagartijas con la hulera, para luego practicar medicina forense al abrir los cuerpecillos de los reptiles y sacarles todos los órganos blandos, para después depositar los cuerpos tiesos en el hormiguero más poblado, donde hormigas enardecidas y hambrientas dejaban perplejo a sus acompañantes, al ver cómo en minutos arrastraban cruelmente a sus víctimas a un hoyo grotesco repleto de hormigas que entraban y salían desesperadamente. Le gustaba retar a sus amigos a golpear con piedras y ramas a caballos y hasta alguna vaca que dejaban amarrados a algún arbusto de espinas los malvivientes ruleteros, hasta hacerlos enojar para después arremeter contra ellos para atacarlos. Jimmy había llegado a la casa de Memo debido a la visita de su madre, que vivía en la ciudad de Castaños, Coahuila, para buscar un empleo en la ciudad de Monterrey. Memo le presentó a Jimmy muy cariñosamente a Laureano. Se saludaron discretamente con una sonrisa disimulada. Memo animaba a Jimmy a que le enseñara a Laureano su novedoso artefacto. Jimmy sacó de una bolsa de mimbre una pieza de bote de plástico de jabón con un pedazo de globo amarrado en el pico. - ¡Dile que es Jimmy y cómo jala! -animaba vehemente Memo a Jimmy mientras tocía bruscamente. Jimmy, sacó de la bolsa de mimbre unos granos de frijoles. Depositó uno de ellos dentro del pedazo de globo, para luego tensarlo, y apuntando la pieza de botella de jabón a la pata de una silla, soltó sus dedos, saliendo disparado el grano por la boca de la pieza de la botella impactando descomunalmente en la silla, quedando una migaja injertada en la pata del mueble. ¡¿Verdad que está chido el "tirabolitas" de Jimmy?! – le preguntaba exaltado de gozo Memo a Laureano, mientras tocía más bruscamente y con más frecuencia. Laureano quedó anonadado por el nuevo compañero de Memo, por su artefacto, pero mayormente por el estado de salud de su mejor amigo. Tristemente se despidió: - Ya me voy, porque ya no tarda en venir tu mamá de la pastelería. Al llegar Laureano a su casa se dirigió de inmediato a la lavandería para buscar los botes de jabón. Se quedó por unos minutos contemplándolos, estudiando cada uno de ellos. Finalmente seleccionó el bote de litro de Pinol. Notó que su plástico era más grueso y firme, aparte el color verde transparente le daba una elegancia distintiva. Decidió vaciar el bote de Pinol vertiéndolo en una botella vacía de suavizante. Se dirigió a la cocina y del cajón de los cubiertos seleccionó un cuchillo aserrado grande, y cogiendo firmemente el bote decidió cortar la parte de la punta, a unos diez centímetros de separación. Después se dirigió a la tienda de la esquina para comprar un globo, pero no un globo cualquiera sino aquel globo garigoleado de varios colores, ya que era mas grande y grueso. También compró dos ligas, pero tampoco eran ligas cualesquiera sino aquellas que tenían mayor resistencia al estirarse, con el hilo de hule más ancho, pero de tamaño chico para darle mayor sujeción al globo al momento de anudarlo en el pico de la botella. Al día siguiente visitó muy temprano Laureano la casa de Memo. Su mamá lo recibió sorprendida mientras se despedía de su hijo para dirigirse a trabajar a la pastelería. Memo débilmente desayunaba una riquísima rebanada de pan Bimbo con mantequilla recién salida del sartén acompañado de un vaso frío con licuado de plátano. En el cuarto del fondo la puerta se abría y cerraba lentamente ante el embate del aire del abanico que giraba armoniosamente acompañando el sueño de Jimmy que permanecía dormido. Memo se veía débil y pálido, pero un gesto de alegría emanó de su rostro, y estirando lentamente su brazo adormilado señaló la pieza de botella de Pinol que colgaba del bolsillo del pantalón de Laureano, y con voz débil y tierna le preguntó: "¿A poco es un tirabolitas?" Laureano con toda la generosidad engendrada de su madre de inmediato lo colocó en sus manos. ¡Es tuyo, te lo regalo! – Le decía Laureano mientras le explicaba emocionado cómo lo había ideado y fabricado. Después de que terminó Memo de desayunar se dirigió a la cocina para coger unos granos de frijoles, pero de inmediato Laureano lo interrumpió: - ¡ya no uses eso! – Le decía mientras sacaba del bolsillo de su pantalón unas bolitas verdes muy limpias, de un tamaño perfecto para funcionar como auténticas balas -son las bolitas que crecen del crespón. ¡Estas van a disparar más chido! Memo comenzó a toser bruscamente, pero no le privó del momento de éxtasis que vivía, y caminando rápido hacia fuera de su casa cargó el tirabolitas con un fruto del crespón, y se dispuso a dispararlo hacia el letrero de la calle. El sonido del disparo y el impacto en el letrero definió por completo el arma perfecta. Jimmy miraba celoso desde la puerta; el estruendo del tirabolitas, la algarabía de Memo y su incesante tos lo habían despertado; tenía todavía sus ojos hinchados y su cabello estaba duro y despeinado. "¿qué hacen?" preguntaba finalmente acercándose a ellos. Miraba con desdén el tirabolitas de Laureano. - ¡Haber, préstalo un rato! – decía mientras le arrebataba el artefacto a su primo, para luego cargarlo, y apuntando el pico del bote a un perrito que iba pasando por la calle le disparó, golpeándolo fuertemente, provocando un quejido agónico, haciéndolo correr de pánico. Los amigos inseparables quedaronse perplejos. - ¡No le va a pasar nada! ¡al rato se le pasa! -proclamaba orgulloso, mientras se sentía gobernador de la situación. - ¡haber dispárales a esas palomas! – invitaba Jimmy a Laureano mientras le entregaba el tirabolitas. Laureano cogió el tirabolitas, y luego de cargarlo apuntó lejos a una lata de cerveza que estaba tirada en la banqueta del parque. Disparó. Se escuchó un sonido muy agudo y casi imperceptible. - ¡Ay canijo! – dijo deslumbrado Jimmy, después de ver cómo había girado la lata trescientos sesenta grados, provocando el respeto para Laureano. Se oyeron pasos rápidos de unas diestras alpargatas que venían hacía esos tres tiradores implacables. - ¡Ya dejen de hacer maldades y hacer tanto escándalo! – reclamaba Doña Mayra (vecina de Memo) mientras se movían incontrolables los grandes aretes geométricos de colores que colgaban de sus orejas que estaban escondidas en su espeso cabello rubio. - ¡Haber! ¿porqué no le tiran a ese panal de avispas que está en el techo de mi casa? – invitaba airadamente a los muchachos mientras señalaba a aquel panal que estaba pegado en el pretil del techo de su casa. Rápidamente Jimmy entró a la casa de Memo para recoger su tirabolitas mientras La intrépida Señora de los aretes les explicaba a Laureano y a Memo lo peligroso y dañino que era tener viviendo cerca a esos temibles insectos. Después de unos minutos estaban los tres pequeños admirando desde la barda divisoria de la casa de Memo aquel excitante panal. Doña Mayra miraba a gran distancia con sus largas uñas en medio de sus dientes nerviosos. Y colocándose de una manera estratégica: Jimmy en un flanco y Laureano enfrente, arremetieron sin piedad al nido. Cayendo portentosamente al piso mientras revoloteaban enardecidos los ojudos insectos cerca de ellos. Media hora después las avispas desistieron desconsoladas, reuniéndose algunas en la mancha de la base donde estaba el panal, como tratando de construir uno nuevo; pero otras decidieron mejor irse. Jimmy valientemente recogió el panal del piso mientras todavía revoloteaban algunas avispas cerca de él. Lo admiró por un momento. Después lo llevó al parque, donde lo colocó en un espacio de tierra. Bajose el short y vertió una pequeña orinada de triunfo sobre el panal. En una banca estaban sentados los tres alegremente recordando tan insólita hazaña. Llegó inesperadamente Felipón ante ellos preguntándoles el motivo de su algarabío. Los tres expertos tiradores le contaron la historia de su proeza mientras señalaban el panal seco que yacía en la banqueta frente a ellos. Al terminar el testimonio, Felipón cogió el panal del piso, y con admirable desconocimiento dijo: "Estos panales tienen miel". Y con desbocada demencia introdujo el panal a su boca para darle una descomunal absorbida. Esa demencia de Felipón se trasladó hacia Jimmy para manifestarse en una gigantesca carcajada. Felipón sintió de inmediato que había realizado una de sus mayores malas decisiones de su vida, y se retiró rápidamente sin despedirse. Pero hubo un silencio que llegó de repente, ante una frase de Jimmy que emanó de sus riñones: "Fue chido cuando tumbé el panal, ¿verdad?" Memo realizó muecas de desconcierto y Laureano frunció el ceño. "No fuiste tú, primo, fue Laureano" dijo Memo con mucha condolencia… Siete horas después estaban Jimmy y Laureano frente a un condominio contemplando una enorme colmena compuesta por tres gigantescos nidos de avispa. Memo estaba sentado a lo lejos en una banca tosiendo descontroladamente y rascándose con desesperación sus piernas y sus brazos debido a piquetes de avispas. Debajo de la banca yacían decenas de panales pequeños y medianos. A lado de la banca estaban en fila dos grandes botes de jabón llenos de frutos de crespón debidamente limpios de su cáscara. Jimmy y Laureano habían acordado que quien derribara esa enorme colmena sería el ganador de la despiadada cacería. Después de media hora de calcular sus estrategias decidieron atacar. Jimmy disparaba rápidamente, mientras poco a poco se acercaba. Pensaba que con disparos rápidos y dirigidos hacia un mismo lugar provocaría fisurar los nidos, haciéndolos caer por pedazos. Laureano pensaba que, si disparaba a cierta distancia y de diferentes flancos podría encontrar impactar en los pilares de los panales, debilitándolos y haciéndolos caer por su propio peso. Jimmy arremetió con valentía y después de veinte disparos destrozó un panal que cayó en cuatro partes. Continuó ametrallando el segundo, pero las avispas eran demasiadas y ya no podía acercarse más. Se mantuvo a cierta distancia, pero no dejaba de disparar en ningún momento. El algarabío de los artefactos, el bullicio del aleteo de las avispas y el espectáculo de la nube negra de decenas de insectos enardecidos provocó una fila de espectadores alrededor del condominio para admirar aquella hazaña. Jimmy, decidió acercarse aun más, y después de dos disparos derribó la mitad del segundo nido. Pero esto sólo sirvió para revelar que el segundo panal estaba unido al tercero. Jimmy se dio cuenta que tenía que realizar más disparos y más cerca, pero sabía que sería demasiado peligroso. Ya no podía parar, su orgullo, prestigio y adrenalina lo gobernaban. Así, realizó la decisión más osada de su vida, y se acercó dos metros más. Esto provocó que tres avispas lo picaran: una en la espalda, otra en la pierna, pero la que lo doblegó fue una que lo picó cerca del ojo. Laureano al darse cuenta decidió ir por él para sacarlo de ahí. Y así lo hizo. Después de algunos minutos de dolor agónico y de lloro de debilidad, Jimmy poco a poco recuperó el ánimo. Laureano al ver a Jimmy y a Memo en mal estado decidió acabar con la cacería y los invitó a retirarse del lugar. Pero Jimmy no estuvo de acuerdo. Y animó a Laureano a terminar la cacería. Le explicó dónde estaba ubicado el pilar donde los gigantes nidos estaban unidos. Lo llevó al flanco preciso, y lo animó a disparar, dándole dos palmaditas en la espalda. Laureano quedó por un momento pasmado por la actitud inverosímil de Jimmy. Realizó un respiro de confianza, y armó con paciencia su tirabolitas. El primer tiro impactó en un lado del pilar, haciendo temblar todo el panal y medio. Las avispas volvieron a volar enardecidas para arremeter contra su atacante. Laureano disparó su segundo tiro impactando nuevamente en el mismo lado del pilar, derribando la otra mitad que había tirado Jimmy. Pero las avispas desataban su vuelo con mayor vehemencia extendiendo más su territorio, haciendo a Laureano retroceder algunos metros. Le dio temor todo ese bullicio y decidió desistir del ataque, pero al darse cuenta de que en su mano tenía todavía una bolita, decidió dispararla. El tiro dibujó en cámara lenta una parábola perfecta, impactando en el centro del enorme pilar del panal, cayendo majestuosamente. |
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