Cuento*: | Llegamos al motel, me dio el gerente, que a esas horas de la noche me sorprendió que aún atendiera y no tuviera algún chico contratado para servirle por las noches y él pudiera irse a dormir (Aunque fuera por lo menos dormir en una de sus propias habitaciones), la llave de mi cuarto, el quinientos cinco. La canción de Artic Monkeys saltó a mi cabeza, no me gustaba tanto como a toda mi generación, pero no era mala. Si la ponían en la radio no la apagaba.
Bajé a mi chica del carro y la ayudé a caminar hasta la habitación que quedaba al fondo de un largo pasillo de habitaciones con las luces apagadas, todo el mundo ahí dormía excepto el gerente y para este caso, nosotros. Se acostó en cama y fui al carro de regreso por la maleta, dejé el carro sin seguro, no podían robarlo con la vigilancia del gerente ahí, cabeceando, a parte, nada tenía que le pudieran robar, un chevy viejo y percudido con manchas de sol, con un solo tapete, el del conductor que tenía un agujero en el sitio donde descansaba mi tobillo y mucha basura en los asientos, así como polvo.
En la maleta, ya estaba en la habitación, traía una botella y mi ropa. Mi chica no llevaba maleta y seguía acostada en cama, yo estaba en el baño sacando mis cosas, cepillo de dientes y pasta dentífrica especial para mí, que el dentista me había recomendado, me quitaba el cinturón y los lentes de sol que aún traía puestos después de manejar todo el día y que, al caer la noche, solo bajé su punto de reposo a lo largo de la nariz pabajo y ya veía nomás por encima de ellos. El estuche se había perdido hace rayo como para guardarlos.
Entre las cosas que cargaba en el neceser como champú y jabón, traía una caja de viagra y algunos condones, y para ahorrar espacio en la maleta igual cargaba con herramienta por si la llegaba a ocupar, pinzas, destornilladores, un cuchillo.
Mi niña me gritaba desde la cama. Me quería. Saliendo de la habitación de baño, apenas pasando por el marco de la puerta y apenas pudiendo estar en el marco de visión de mi chica comencé a desnudarme mientras caminaba a hacia ella que estaba tendida en la cama inmóvil esperándome con una mirada hermosa en los ojos bien abiertos de sorpresa que tenía.
Le tomé ambas muñecas entre las mano izquierda y le levanté los brazos por encima de la cabeza.
Le pasé la lengua por encima de la cara, la nariz, los ojos abiertos, el pecho desnudo, el vientre, las piernas, los pies. Se movía conforme lo que le hacía, supongo que le daba cosquillas que la lamiera en tantos sitios y forcejeaba como reacción a la risa.
Le bajé la ropa interior y se la metí. La saqué. Y volví a metérsela, una y otra vez, hasta que se me acabó el placer.
Salí de la habitación, tal cual estaba. Fumé un cigarrillo.
Frente a mí había una caseta telefónica.
-¿Hola, novecientos once? Quisiera reportar un asesinato, creo que mi vecino mató a alguien, habitación 505 motel de la calle Juárez.
Subí al carro y me regresé a casa. |
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